Análisis

Cuidado: empleos tambaleantes

En tiempos de expansión se absorben los reveses sectoriales; en recesión, las desgracias no vienen solas

Firma del acuerdo de subida del SMI el pasado enero en La Moncloa, con las ministras Yolanda Díaz (Trabajo) y Nadia Calviño (Economía).Samuel Sanchez

El aumento de los costes salariales por razón del alza del salario mínimo interprofesional (SMI) tiende a retraer la demanda de trabajadores, a destruir empleos o condenarlos a la economía sumergida. Claro que también puede activar a parados, si hay oferta. En vacas gordas, el incremento de los salarios más bajos suele aumentar el bienestar, reducir la desigualdad y fomentar el consumo (los sueldos bajos no permiten ahorrar), y por tanto la demanda y el PIB. Pero...

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El aumento de los costes salariales por razón del alza del salario mínimo interprofesional (SMI) tiende a retraer la demanda de trabajadores, a destruir empleos o condenarlos a la economía sumergida. Claro que también puede activar a parados, si hay oferta. En vacas gordas, el incremento de los salarios más bajos suele aumentar el bienestar, reducir la desigualdad y fomentar el consumo (los sueldos bajos no permiten ahorrar), y por tanto la demanda y el PIB. Pero a vacas flacas, todo son pulgas.

El último debate español sobre este asunto se produjo en otoño de 2018. El primer Gobierno Sánchez fraguaba el mayor aumento del SMI de la historia: de un 22,3%, a 900 euros mensuales; en 2020 ha subido otro 5,5%, a 950 euros. La entonces (solo) ministra de Economía, Nadia Calviño, lo defendió apelando a que “la creación de empleo no se resintió, sino que aceleró” cuando el SMI experimentó alzas importantes, entre 2004 y 2005, y entre 2017 y 2018. El Banco de España alertó del riesgo de “una pérdida de empleo de alrededor de 125.000 trabajadores”, sobre todo por la brusquedad del aumento (Un análisis del impacto de la subida del salario mínimo... Documentos ocasionales, 1902). La Airef pronosticó la destrucción de 80.000 puestos.

Medio año después, los resultados no eran concluyentes. Desde el Ministerio de Trabajo se criticó a los críticos por “profetas del desastre”. Dirimir el litigio intelectual requería tiempo, hasta los datos detallados de verano de 2020... pero llegó la recesión pandémica y trastocó toda comparación homogénea.

La diferencia entre el buen trazo global de los periodos que citó Calviño —o como el de Alemania al instaurarse el SMI— y hoy es que durante la expansión se absorben los reveses sectoriales; en recesión, las desgracias no vienen solas. Este es el peligro actual. No de catástrofe, porque nadie propone subidas como entonces, pero muy insidioso para ciertos colectivos: lo contrario de lo deseado. Del total de dos millones de trabajadores en teoría beneficiados, muchos podrían ver tambalearse su empleo.

Sobre todo las mujeres (acogidas al SMI el doble que los varones), los jóvenes (más de la quinta parte) y en mayor medida en el campo que en la industria (Andalucía, el triple que Euskadi), según la Muestra Continua de Vidas Laborales. Esos colectivos se solapan con los que más han sucumbido ya a la recesión pandémica, como indica el Índice ManpowerGroup: de febrero a este octubre los menores de 35 años han perdido la afiliación 10 veces más que los mayores.

Y muchas pymes hosteleras y turísticas y tiendas de barrio rozan el desastre. No vale argüir, como hace Trabajo, que el menor salario de esos sectores suele superar al SMI: muchos —las kellys y otros—, acogidos a ETT o intermediarios de servicios, apenas llegan al mínimo. Así, todo coste adicional, a lo mejor irrelevante en catalejo macro, podría ser catastrófico con lupa micro. ¡Cuidado!

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