Dramático, pero quizá no trágico
Para la desescalda el Gobierno opta por una vuelta secuenciada a la actividad; sofisticada, compleja, que exige corte fino
El escenario económico subyacente al cabo de la desescalada gradual se avizora dramático, aunque quizá sin llegar a trágico. El Gobierno opta por una vuelta secuenciada a la actividad; sofisticada, compleja, que exige corte fino.
No impone un tajo radical entre confinamiento y normalidad; combina el propósito de conservar la capacidad de revertir medidas si rebrota la epidemia, mientras busca soslayar un desastre económico irreparable; ...
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El escenario económico subyacente al cabo de la desescalada gradual se avizora dramático, aunque quizá sin llegar a trágico. El Gobierno opta por una vuelta secuenciada a la actividad; sofisticada, compleja, que exige corte fino.
No impone un tajo radical entre confinamiento y normalidad; combina el propósito de conservar la capacidad de revertir medidas si rebrota la epidemia, mientras busca soslayar un desastre económico irreparable; conjuga el ordenancismo a la francesa y la confianza en la autonomía individual a la nórdica. Será muy criticado. No parece insensato.
El grueso del desconfinamiento habrá acabado para San Juan, unas 10 semanas después del decreto de estado de alarma, el 14 de marzo. Si se semidescuenta el parón total/permiso no retribuido de Semana Santa, se acerca, por arriba, a la hipótesis intermedia del Banco de España en su atrevido informe Escenarios macroeconómicos de referencia para la economía española tras el covid-19, de 20 de abril.
O sea: ocho semanas de confinamiento y posterior normalización casi completa en el cuarto trimestre, dado que el retorno de julio no lo reabrirá todo.
Recuerden: eso suponía una caída del PIB entre el 8,7% y el 9,5% para este año, lejos de la peor hipótesis, la horquilla de menos 12,4% a menos 13,6%. Pero un derrumbe del rango de la Gran Recesión (8,5 puntos), si bien ahora abrupto y entonces distribuido en un vía crucis de cinco años.
Eso equivale en cifras absolutas redondas a más de 110.000 millones de euros, y a igual cantidad en deuda de nueva emisión, una veintena de puntos porcentuales, del 95,5% del PIB al 114,5% estimado. El panorama es casi exacto al que dibujó, con una diferencia de horas, el FMI.
Por su tamaño, la recesión será dramática; ahora bien, en 2021 habrá un rebote notable, que de acuerdo con los mismos cálculos recuperará casi dos tercios de la pérdida (6,1 puntos). Así que no llegaría a la categoría de trágica: inmanejable.
Esos 110.000 millones largos duplican aproximadamente el coste del rescate bancario y es el cogollo de lo que debe contribuir a reconstituir el plan de reconstrucción europea en ciernes.
España cuenta ahora con más herramientas: una mayor comprensión de la necesidad a medio plazo de nuevos ingresos impositivos; una mejor focalización del gasto, tras los ejercicios para mejorar su calidad realizados por la Airef (la llamada spending review).
Y la Unión Europea, desde luego: mayor voluntad de los Gobiernos, reacción más rápida, un BCE de verdad, un Mede disponible, un cuasi consenso para emisiones de bonos mancomunados de estabilización...
Queda una incógnita enorme: la responsabilidad de la dirigencia política. Por los agentes económico-sociales, suframos menos. Estuvieron a la altura en otros grandes retos: el Plan de Estabilización de 1959; el Acuerdo Preferencial con la CEE, de 1970; la poscrisis petrolera y los Pactos de la Moncloa, en 1977; el ingreso en las comunidades, en 1986; en el euro, en 1998...
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