América Latina se expone a una pérdida acumulada de renta de entre el 11% y el 22% por la pandemia

En el escenario más benigno la crisis sanitaria provocará un retroceso del PIB del 6,6% este año, mientras que en el más adverso el cataclismo rozaría el 12%. La caída será superior a la media mundial, según el Banco de España

Una calle peatonal de São Paulo, el pasado viernes.Fernando Bizerra Jr. (EFE)

Ser uno de los continentes menos afectados por el coronavirus en términos relativos no significa que el impacto de la crisis económica desatada por la pandemia no vaya a ser grueso, incluso más de lo que se preveía hasta ahora. América Latina, de Tijuana a Ushuaia, se expone a una caída de renta acumulada de entre el 11% (en un escenario “acotado”, con confinamientos de ocho semanas y recuperación más o menos rápida de la demanda interna) y el 22% (en uno de “confinamiento prolongado”, en el entorno de las 12 semanas, y may...

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Ser uno de los continentes menos afectados por el coronavirus en términos relativos no significa que el impacto de la crisis económica desatada por la pandemia no vaya a ser grueso, incluso más de lo que se preveía hasta ahora. América Latina, de Tijuana a Ushuaia, se expone a una caída de renta acumulada de entre el 11% (en un escenario “acotado”, con confinamientos de ocho semanas y recuperación más o menos rápida de la demanda interna) y el 22% (en uno de “confinamiento prolongado”, en el entorno de las 12 semanas, y mayor tensión de las condiciones financieras) entre este año y el próximo, según una simulación del Banco de España a partir de datos propios, el FMI, Consensus Forecasts y Thomson Reuters. Las cifras, no obstante, están notablemente por encima de lo proyectado hasta ahora por organismos como el propio Fondo Monetario o el Banco Mundial y tienen como punto de partida el crecimiento del PIB previsto para la región antes de que la pandemia redefiniese el concepto “normalidad”, tanto en lo humano como en lo económico.

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El subcontinente cerrará 2020, que va camino de ser el peor año para la economía mundial en casi un siglo, con un retroceso del PIB de entre el 6,5% y el 11,5%, el mayor desde que hay registros y que hace palidecer el 5,2% que proyectaba el FMI hace solo dos semanas y el 4,6% del Banco Mundial. Esos números ya son papel mojado, con un retroceso mayor que el esperado para la economía mundial “en parte porque la proyección de crecimiento antes de la pandemia era inferior en las economías latinoamericanas y, en parte, porque el canal de la contracción de la demanda interna —el más significativo— es más pronunciado en estas economías, al estar más cerradas a los intercambios de bienes y servicios que la media mundial”. Lo que no cambia es la fecha orientativa en la que se empezará a ver la luz al final de un túnel que no estaba en ninguna hoja de ruta: en “ausencia de nuevos brotes de la epidemia más adelante", la economía global (y, con ella, la latinoamericana) empezarán a recuperarse a partir de la segunda mitad de este año.

Todavía en fase de contención sanitaria, con confinamientos más o menos estrictos pero activos en prácticamente todos los países de la región, “el alcance de la disrupción resulta todavía muy incierto”, apostillan los técnicos del Banco de España. Pero ya se empiezan a atisbar algunas trazas que acompañarán a América Latina (y al mundo) en los próximos meses: menor comercio internacional, con las materias primas, de las que tanto depende América del Sur, en el ojo del huracán; flujos turísticos claramente a la baja; tiranteces en unos mercados financieros sometidos a una presión inédita desde la Gran Recesión de una década atrás; contracción abrupta de la demanda interna, “que se está reflejando en un menor consumo de los hogares y en un retroceso de la inversión empresarial”; y efectos negativos sobre la oferta por la interrupción forzada de la producción en varios sectores. “Además, la incertidumbre sobre las perspectivas puede reducir el consumo y la inversión más allá del horizonte más inmediato, abocando a la destrucción de empresas y de puestos de trabajo, a un aumento de los impagos y al endurecimiento de las condiciones de financiación de algunos agentes, lo que puede retroalimentar un círculo vicioso y elevar la persistencia de la crisis”.

El coronavirus supone un choque múltiple para la región: todos los sectores se ven, en mayor o menor grado, afectados. Con un grado de apertura económica (exportaciones) menor que otras regiones, los países latinoamericanos están, por lo general, menos expuestos a las vicisitudes del exterior. Sin embargo, el grado de enganche de las economías que sí son muy dependientes de otros países (México de Estados Unidos; Chile, Perú y Brasil de China) es enorme, con encadenamientos productivos que se complican en tiempos como estos, en los que muchas cadenas de valor han saltado por los aires. A eso hay que sumar la evolución negativa de las materias primas —entre ellas el petróleo, sí, pero no solo—, de las que América Latina es exportador neto y cuyo precio ha caído drásticamente desde la irrupción de la pandemia partiendo de niveles ya de por sí menores a la media histórica, según los datos recopilados por el Banco de España. Y del turismo, un área de actividad sobre la que el coronavirus ha supuesto un misil sobre su línea de flotación y que tiene una importancia relativa sobre el PIB notablemente superior que en el resto de emergentes.

El punto de partida también pesa. “América Latina parte de una situación más delicada que el resto de las economías emergentes y avanzadas para enfrentarse a la pandemia”, subrayan los técnicos del Banco de España, que recuerdan que ya en la segunda mitad de 2019, en la que dos de las tres grandes potencias del área —México y Argentina— ya habían entrado en números rojos, “el crecimiento de la región continuó siendo muy débil como consecuencia del bajo dinamismo de la demanda interna”. Latinoamérica ya era, desde mucho antes de la crisis sanitaria, una isla de bajo crecimiento en un mar emergente que también empezaba a dar señales de agotamiento.

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