Madrid Central: la guerra de cifras de la contaminación

Los datos, en la zona de bajas emisiones y en sus alrededores, son esperanzadores y no justifican en absoluto tachar la medida de fracaso, y menos tratándose de un asunto tan serio como la salud pública

Taxis atravesando Madrid Central. / ÁLVARO GARCÍA

Las restricciones de tráfico en el centro de Madrid, impulsadas por el anterior gobierno municipal de Manuela Carmena mediante la creación del área de prioridad residencial Madrid Central, y el (por ahora fracasado) intento del nuevo alcalde, José Luis Martínez-Almeida, de dejar sin efecto la medida a través de una moratoria de las multas (suspendida cautelarmente por la justicia), han desencadenado una guerra de cifras acerca de la contaminación del aire. Mientras para muchos Madrid Central es un éxito y un hito en la lucha contra la contaminación, para sus d...

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Las restricciones de tráfico en el centro de Madrid, impulsadas por el anterior gobierno municipal de Manuela Carmena mediante la creación del área de prioridad residencial Madrid Central, y el (por ahora fracasado) intento del nuevo alcalde, José Luis Martínez-Almeida, de dejar sin efecto la medida a través de una moratoria de las multas (suspendida cautelarmente por la justicia), han desencadenado una guerra de cifras acerca de la contaminación del aire. Mientras para muchos Madrid Central es un éxito y un hito en la lucha contra la contaminación, para sus detractores, como el actual equipo de gobierno, es un fracaso que más que reducir el tráfico y con ello la contaminación, los desplaza desde el área restringida hacia las zonas adyacentes –un fenómeno denominado ‘efecto frontera’–, llegando a incrementar incluso la contaminación en su conjunto. Unos y otros se basan en las concentraciones de dióxido de nitrógeno (NO2) medidas por las 24 estaciones de la red de vigilancia del Ayuntamiento, publicadas en su Portal de Calidad de Aire y resumidas en informes mensuales, que Ecologistas en Acción recoge mensualmente en su balance del funcionamiento de Madrid Central. ¿Pero cómo es posible llegar a conclusiones tan dispares en base a una misma fuente de datos?

Se trata de una problemática generalizada que no es nueva, pero que en la era de la información, con más y más datos de todo tipo a nuestro alcance, adquiere una relevancia cada vez mayor. Los datos suponen una fuente de información objetiva, sea para evaluar el éxito de una gestión o una política, identificar puntos de mejora, revisar nuestros puntos de vista, tomar mejores decisiones, disponer de argumentos sólidos, etc. Sin embargo, demasiadas veces el interés se centra no tanto en lo que los datos dicen, sino en conseguir, a través de su manipulación o una sesgada selección o presentación de los mismos, que digan lo que uno quiere oír, para que sirva como respaldo a una determinada postura, dándole una falsa apariencia de objetividad. Y eso también ha ocurrido en algunas evaluaciones de Madrid Central.

Para una correcta lectura de los datos, en primer lugar hay que tener en cuenta que si bien la medida arrancó el 30 de noviembre de 2018, hasta el 16 de marzo del presente año el Ayuntamiento no empezó a multar los accesos indebidos al área restringida. Por tanto los informes mensuales de contaminación de diciembre, enero y febrero reflejan una situación de tránsito, en la que el acceso indebido aun resultaba impune, es decir, un escenario equivalente al que el nuevo gobierno municipal planteaba (al menos provisionalmente) mediante su moratoria de multas. Solo los informes mensuales de abril, mayo y junio reflejan Madrid Central en pleno funcionamiento, y que por tanto son los pertinentes para evaluar la medida. El mes de marzo se divide entre ambos periodos.

De hecho, en abril, mayo y junio la concentración media de NO2 se había reducido prácticamente a la mitad frente a la de diciembre, enero y febrero. Pero tampoco sería válido atribuir esta contundente bajada sin más a Madrid Central, ya que los valores suelen disminuir siempre a lo largo de los primeros meses del año para tocar fondo de abril a agosto y volver a subir después. Resulta que como muchas otras series temporales, la contaminación del aire tiene un importante componente estacional, debido a factores como la meteorología (que condiciona la disipación de los contaminantes y el uso de las calefacciones que son otro emisor) o la variación del tráfico de vehículos a lo largo del año. Por ello, para comparar peras con peras, cada mes debe contrastarse con los correspondientes meses de años anteriores, remontándose los datos de la actual red de vigilancia hasta 2010.

Por último, dado que la contaminación depende de múltiples factores que suponen importantes oscilaciones, siempre encontraremos datos que parecen respaldar una u otra postura, y lo que desde luego no tiene ninguna validez es seleccionar deliberadamente justo aquellos que encajan con la propia postura y obviar los demás, una mala praxis muy común que en los países anglosajones se conoce como ‘cherry picking’.

Dicho todo eso, el siguiente gráfico muestra la evolución de las medias mensuales de la concentración de NO2 de 2010 a 2019 para abril, mayo y junio (los tres meses completos con Madrid Central en pleno funcionamiento en 2019), tanto para el conjunto de la ciudad (la media de las 24 estaciones de la red de vigilancia), como para una serie de estaciones concretas dentro del perímetro de la M-30: por un lado, la de Plaza del Carmen (la única dentro del área restringida y por tanto a priori la más beneficiada), y por otro lado las seis estaciones más cercanas a dicha área (que se perfilan como los grandes perjudicados por un posible efecto frontera):

En todos estos casos los valores de este año, con Madrid Central funcionando, son los más bajos en años en el correspondiente mes (salvo el de Plaza España de abril que fue igual que en 2018, pero más bajo que en los tres años anteriores), algunos incluso en toda la serie histórica, a pesar de una meteorología muy desfavorable: salvo las primeras tres semanas apenas hubo precipitaciones durante el trimestre considerado, que en cambio en 2018 fue muy lluvioso. Como era de esperar, las mayores bajadas se dieron en Plaza del Carmen, dentro de Madrid Central, que así se acerca al promedio de la red, dejando de ser una estación que habitualmente registraba una contaminación por encima de la media. Pero también las estaciones alrededor de Madrid Central, lejos de registrar subidas como vaticinaba el efecto frontera, bajan su contaminación, y en la mayoría de los casos incluso en mayor medida que la media de la red.

Aún es pronto para poder establecer con rigor científico una asociación entre Madrid Central y estas bajadas. Dadas las importantes oscilaciones de la contaminación por todo tipo de factores, como la meteorología o efectos de calendario (cómo cae Semana Santa, los puentes, etc.), se requieren series temporales de datos de contaminación más largas, que permitan además cruzarlas con otras variables como las intensidades de tráfico e idóneamente también ingresos hospitalarios por problemas respiratorios, etc. Pero desde luego –en coherencia con las experiencias de otras ciudades– los datos son esperanzadores, tanto por las bajadas en sí como por haberse producido a pesar de una meteorología tan desfavorable, y no justifican en absoluto tachar Madrid Central de fracaso y de pretender desmantelarlo (y con ello incluso las restricciones menos ambiciosas dentro de su perímetro en vigor desde hace más de una década), sin un plan alternativo ni evaluaciones rigurosas previas, y menos tratándose de un asunto tan serio como la salud pública.

En particular, no se vislumbra indicio alguno de un efecto frontera, sino –con toda la cautela a la que nos obliga el aún escaso recorrido de datos– más bien todo lo contrario: con restricciones en un área de tan solo 4,72 km2, minúscula en comparación con las zonas de bajas emisiones de otras grandes ciudades europeas, los beneficios se parecen extender a un área mucho mayor. Una explicación bastante verosímil y que parece estar respaldada por los datos de tráfico, es que si debido a las restricciones se deja de usar el coche para desplazamientos al centro, también se benefician los barrios que se cruzan en estos trayectos. No hay fundamento por tanto para afirmar que la mejora de la calidad del aire que respiran unos se estaría consiguiendo a costa de otros, que es una forma de dividir a los madrileños, según donde viven, trabajan o estudian. Y conflictos territoriales ya nos sobran en España.

(*) Ansgar Seyfferth es director para España y Portugal de la empresa STAT-UP Statistical Consulting & Data Science Services

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