Análisis:Vida & Artes

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Romper una lanza. Eso es lo que se hacía en las justas medievales para salir en defensa de algo o de alguien. Eso es lo que yo hago ahora, no por luchar y defender, sino para dejar constancia del enorme esfuerzo y talento que deben desarrollar los pequeños actores en el cine.

Eso viene a raíz de todo lo dicho últimamente sobre si los niños deben o no deben ser premiados por sus trabajos en las películas. Ahí no voy a entrar. Quizás sí que es mejor para ellos permanecer apartados de esa parte competitiva que les puede llevar a excesos poco recomendables, como el de envanecerse demasiado ...

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Romper una lanza. Eso es lo que se hacía en las justas medievales para salir en defensa de algo o de alguien. Eso es lo que yo hago ahora, no por luchar y defender, sino para dejar constancia del enorme esfuerzo y talento que deben desarrollar los pequeños actores en el cine.

Eso viene a raíz de todo lo dicho últimamente sobre si los niños deben o no deben ser premiados por sus trabajos en las películas. Ahí no voy a entrar. Quizás sí que es mejor para ellos permanecer apartados de esa parte competitiva que les puede llevar a excesos poco recomendables, como el de envanecerse demasiado o caer en la frustración; pero quisiera insistir en que, premios aparte, su trabajo no debe ser considerado menor. Porque no lo es. Y lo digo porque existe el prejuicio de que el actor-niño debe sus aciertos a las manipuladoras manos del director o de un coach. Eso es falso. Si el niño trabaja con trucos, quizás, pero si trabaja desde dentro, siendo dueño de su personaje, ese mérito es suyo, aunque se le ayude. Se expone, exhibe su cuerpo, su vida psíquica ante un público y, claro, desde el momento en que se exhibe siente la necesidad de sentir junto a él la presencia de un oído, de un ojo corrector, de alguien que le controle. Es una necesidad legítima que se debe comprender, respetar y satisfacer. Esas palabras las aplicaba Bergman al actor adulto. ¿Qué diferencia hay con un niño?

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He hecho ocho películas y en prácticamente todas ellas he trabajado con personajes infantiles, por lo que he llegado a conocer un poco su mecanismo para con el trabajo. Ya en los castings, en los que llegas a ver cientos de ellos, te das cuenta de que no todos sirven para ese oficio y cuando, con algunos, la intuición te dice que ahí hay un camino, el llegar a un buen resultado depende primordialmente de ellos mismos. Se necesita una gran capacidad de concentración (realmente difícil para un niño), una gran dosis de sinceridad en sus emociones, una entrega generosa a su personaje y al director y, también, una energía a prueba de bomba para resistir el largo e intenso tiempo que exige un rodaje. Básicamente lo mismo que en un adulto. Quizás con una diferencia: que en ellos la idea de juego, en el trabajo, aún existe.

Trabajar con ellos es una maravilla. Quizás se necesita paciencia, pero yo no llamaría paciencia al hecho de descubrir con ellos su manera de entender el mundo, todavía en desarrollo; ni el enseñarles camino a aspectos de un mundo desconocido que aún no comprenden. Es verdad que hay que darles más pautas que a un adulto, pero es impresionante ver cómo alguien se explora a sí mismo por dentro y alcanza resultados que ni él mismo pensaba. Yo les agradeceré siempre su complicidad para ayudarme a trasmitir emociones a través de la pantalla de cine.

Agustí Villaronga es director de Pa negre, que obtuvo nueve goyas en 2010, entre ellos los de mejor actor y actriz revelación para los niños Francesc Colomer y Marina Comas.

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