Columna

Dejad que los niños

La sabiduría popular retumba en nuestros labios ad infinítum, igual que un plato con demasiado ajo, gracias a sus dos componentes: la sabiduría, que todo lo conoce, y lo popular, que se divulga de boca en boca. Con los refranes heredados de la abuela nos automedicamos: ante cualquier temor, ante cualquier duda, nos sanará un no por mucho madrugar amanece más temprano, un quien mucho abarca poco aprieta. Se escuchan en las conversaciones de silla en la puerta de casa, y en las horrorosas canciones de Fito -que, en un alarde de reciclaje de nuestra memoria hablada, lo...

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La sabiduría popular retumba en nuestros labios ad infinítum, igual que un plato con demasiado ajo, gracias a sus dos componentes: la sabiduría, que todo lo conoce, y lo popular, que se divulga de boca en boca. Con los refranes heredados de la abuela nos automedicamos: ante cualquier temor, ante cualquier duda, nos sanará un no por mucho madrugar amanece más temprano, un quien mucho abarca poco aprieta. Se escuchan en las conversaciones de silla en la puerta de casa, y en las horrorosas canciones de Fito -que, en un alarde de reciclaje de nuestra memoria hablada, lo mismo te lo canta del derecho que, valga la paradoja, del revés-, y en las epístolas orales y morales de las tertulias televisivas. También sirven los refranes para quienes lanzan un órdago y desean aminorar el golpe o -al contrario- subrayar su rotundidad con una frase cuyos siglos de validez nunca fallan. El asunto trata hoy de educación; veamos, por tanto, algún ejemplo.

Educar no consiste en implantar un chip con operaciones matemáticas y reglas de gramática

La directora del colegio concertado Amor de Dios, en Alcorcón, ha ingresado en el club de quienes consideran que a falta de pan buenas son tortas, o que ante la inexistencia de argumentos bien queda seleccionar una página del Gran libro de refranes españoles. "A río revuelto, ganancia de pescadores", puntualizó sor Ascensión, dudando de la veracidad del testimonio de una alumna acosada por sus compañeros, tratada por psicólogos y estudiante de otro centro en cuanto le resultó posible. Un testimonio divulgado tras la condena al mismo colegio por ignorar -de nuevo- un caso similar: el de un niño de 10 años al que la Consejería trasladó urgentemente de centro, puesto que en el Amor de Dios se negaban a sancionar a sus acosadores, e incluso a informar a los padres, que se enteraron por la madre del niño.

Todo esto lo habrán leído en esta semana, con más detalles, en estas mismas páginas: un alumno de 10 años que recibe amenazas de muerte, y una alumna adolescente que soporta desde la Primaria insultos y agresiones, a la que atemorizan con un taladro funcionando junto a la nuca, pero que carece de derecho a queja al no existir -como recuerda el responsable de Secundaria del centro- herida alguna. Ahora: otro gallo cantaría si la broca le hubiera atravesado la cabeza. Entonces, suponemos, sí le hubieran escuchado.

Educar no consiste en implantar un chip con operaciones matemáticas básicas, reglas de gramática y -en el caso del Amor de Dios- oraciones adecuadas para cada instante de recogimiento; educar implica formar en el respeto y la tolerancia, en la igualdad, abrir los ojos y corregir a quienes ignoren el mensaje. Disculpen que eleve el tono, que me sumerja en la cursilería, pero el conocimiento en cifras y letras no importa cuando se combina con la persecución porque sí, porque te da la gana, a un compañero o compañera; porque se educa a una persona, no -y ojalá; ya ni eso- a una enciclopedia en construcción. En todas partes cuecen habas: así que preocupa que los responsables de un centro educativo tapen sus ojos ante la violencia de unos alumnos hacia otros, ante las quejas de los padres, frente a una sentencia que se recurre en lugar de admitirla. Y sorprende que su carácter religioso no les impulse a analizar la situación desde el punto de vista del débil, que en lugar de proteger a quien pierde se otorgue el triunfo a quien machaca, al contrario de lo que dictan la lógica y la fe. Y da que pensar que la Comunidad de Madrid mantenga la ayuda a un centro educativo pese a que los informes de psicólogos, y la propia decisión de la Consejería de Educación al cambiar de colegio -y de un día para otro- a uno de los alumnos acosados, demuestran que el daño existió, y que se desatendió a un alumno en situación gravísima.

En esta semana de 10 días consagrada al amor, el perdón, la caridad, la paz y todos esos sentimientos que lucen divinos en un póster, y que sin embargo tanto cuesta aplicar en el día a día -incluso, por lo que parece, en un colegio dirigido por una congregación religiosa-, quizá debamos replantear esas frases que, de tan repetidas, ya se han grabado en nuestro imaginario; el andamio, ya intuyen, de la sabiduría popular. Dejad que los niños se acerquen entre sí, que se golpeen y se saquen los ojos, que provoquen que un niño de 10 años pregunte a su madre qué significa que te dejen en coma, que te insulten, que las pesadillas comiencen al despertar, nunca al dormirte. Dejad que quienes deben protegerse nunca te defiendan, que no admitan su error ni se disculpen, que justifiquen su equivocación con un refrancillo, que cunda el ejemplo entre otros, que la vista engorde y el sentimiento de culpa haga dieta. Y a saber: de las aguas mansas me libre Dios, que de las bravas ya me libro yo.

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