Columna

Querido Rosendo

Rosendo Mercado se dio a luz en la música en el grupo Leño. Hay que tener cojones para llamarse así, con una guitarra en la mano, aunque, ciertamente, aun no se había inventado Operación Triunfo y todo parecía más claro, más lógico, menos falso, más irracionalmente humano. Rosendo Mercado, al que veo a veces caminar junto a la redacción de este periódico en Madrid porque vive por la zona, alejado del mundanal ruido central del foro, tocó el techo cuando escribió Maneras de vivir, todo un himno que iba mucho más allá de la movida madrileña, una canción a la que muchos, mucho tiemp...

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Rosendo Mercado se dio a luz en la música en el grupo Leño. Hay que tener cojones para llamarse así, con una guitarra en la mano, aunque, ciertamente, aun no se había inventado Operación Triunfo y todo parecía más claro, más lógico, menos falso, más irracionalmente humano. Rosendo Mercado, al que veo a veces caminar junto a la redacción de este periódico en Madrid porque vive por la zona, alejado del mundanal ruido central del foro, tocó el techo cuando escribió Maneras de vivir, todo un himno que iba mucho más allá de la movida madrileña, una canción a la que muchos, mucho tiempo después, no han conseguido llegar, porque ahora se le llama rock a cualquier cosa que tenga una guitarra eléctrica, cuatro acordes y una pequeña voz a su lado. Rosendo es otra cosa. Rosendo es un rockero con el alma de la guitarra en el cuerpo, con su guitarra carabanchelera, que decía Sabina, que hoy canta en Pekín y mañana en Talavera. Y Maneras de vivir era un manual que ha llegado tan lejos que incluso el Gobierno de Navarra, más dado a lo conservador, lo utilizó como reclamo turístico de esa magnífica tierra.

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Rosendo sólo tiene que ver con el mercado en el apellido. Es un tío íntegro que tuvo el honor de componer una de esas pocas canciones que sobrepasan el momento escaso de vida de un disco. Maneras de vivir era un alegato por la diferencia, por la libertad, por el libre albedrío. ¿Les suena? Hoy las maneras de vivir se han reducido. Este país cada vez se parece más a otros países. Cada vez es más igual a todo menos a sí mismo. Bien, es verdad que aún no usamos calcetines y sandalias en verano como los alemanes, pero todo se andará. Alemania es el modelo, un buen modelo por cierto, a mi modo de entender -siempre he admirado a los alemanes, salvo en aquellos tiempos que ustedes ya saben-. Pero me gustaban porque eran diferentes y los veía raros, no solo por las sandalias y los calcetines y por su extraña afición a lanzarse a las piscinas de los hoteles haciendo el mayor ruido posible. Y nosotros les gustábamos a ellos por esa afición que teníamos a la barra del bar, a la noche y a discutir sobre todo de lo indiscutible.

Aquellas maneras de vivir que reclamaba Rosendo, que no eran otra cosa que un alegato a que nos dejaran vivir en paz, a nuestro modo, a nuestra manera, pasaron a peor vida. Hoy prevalece la prohibición, los adoquines en lugar de la arena de playa, prevalecen los buenos modos -excepción hecha de los debates en el Congreso-, la urgencia de aprender inglés -exceptuados los canidatos a la presidencia de los Gobiernos-. Hoy empieza a parecer que sólo hay una manera de vivir y que, como dice El Barrio, "la culpa del calentamiento es de los bares de luces rojas". Me sumo a Rosendo y suscribo lo que dijo: "No sé si estoy en lo cierto / lo cierto es que estoy aquí / otros por menos se han muerto / maneras de vivir". Y ahí estamos, querido Rosendo.

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