Columna

El pensamiento Gómez, o Núñez

Mis conocimientos de teoría política se reducen a lo que en los currículos se llama nivel de usuario, es decir, me limito a estar acampado en ese mundo. Compenso esa carencia con una nutrida experiencia sobre cómo se comunica y cómo se percibe, la suficiente para concluir que hoy son más importantes los gestos que los hechos, o como leí hace poco, ya no son las acciones las que determinan las reputaciones, sino las reputaciones las que califican a las acciones. Siempre ha sido un poco así, ya hace años Vázquez Montalbán advertía que los dioses se han marchado, nos queda la televisión, pero nad...

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Mis conocimientos de teoría política se reducen a lo que en los currículos se llama nivel de usuario, es decir, me limito a estar acampado en ese mundo. Compenso esa carencia con una nutrida experiencia sobre cómo se comunica y cómo se percibe, la suficiente para concluir que hoy son más importantes los gestos que los hechos, o como leí hace poco, ya no son las acciones las que determinan las reputaciones, sino las reputaciones las que califican a las acciones. Siempre ha sido un poco así, ya hace años Vázquez Montalbán advertía que los dioses se han marchado, nos queda la televisión, pero nada al nivel de la entronización de Tomás Gómez como nueva estrella del socialismo ibérico o la campaña en la que está empeñado Alberto Núñez Feijóo.

La experiencia nos dice que la inconsistencia no reduce necesariamente las expectativas electorales

Como mi bagaje de teoría política se reduce a la que sufrí en mis años mozos y a las lecturas esporádicas a las que me obligo en estos, no puedo hacer un gran análisis sobre las ideas de Gómez. Recuerdo cuando nos lo vendieron como la gran esperanza blanca de la socialdemocracia del Manzanares, en base a su exitosa gestión al frente de la alcaldía de Parla (recuerdo también haber visitado Parla en mis años de universitario, y desde luego, había una tremenda necesidad de gestión). Después, probablemente centrado en convertir calladamente la Federación Socialista Madrileña en un laboratorio de ideas para la renovación de la izquierda, no mucho más se supo de él. Hasta que tuvo una reacción tan humana como resistirse a que le movieron el sillón, aunque fuese la banqueta de candidato a un puesto que todos suponen que no conseguirá.

Es lógico que el rebelde atraiga la simpatía, como Obama consiguió el apoyo de los militantes frente a la rubia Hillary apoyada por el aparato del partido, aunque lo que estaba allí en juego era la oportunidad de optar a regir los EEUU, y aquí la más dudosa de presidir una megadiputación. Pero esa indisciplina lo ha catapultado al exclusivo planeta de los telediarios y los temas que les aceptan a los corresponsales extranjeros en España. El entrañable Fendetestas que asaltaba feirantes en el bosque de Cecebre en El bosque animado de Fernández Flórez para poder malvivir, ha pasado a ser el Robin Hood del bosque de Sherwood. Pero el arquero proscrito se supone que era un adalid de la redistribución de la riqueza y de la restauración de Ricardo Corazón de León en el trono de Inglaterra, y en los ríos de tinta y píxeles que han corrido sobre la gesta de Gómez no se encuentra ni un sorbo de propuestas ideológicas, frescas o no.

De la misma forma, la gestión política de Alberto Núñez Feijóo parece estar reducida a tres líneas de actuación: la austeridad como jaculatoria contra las demandas sociales (sea comida caliente en los colegios o atención a dependientes), el mantra de la maldad intrínseca de los gobiernos bipartitos y el lamento de que no le hacen caso en Madrid como a los vascos o a los catalanes. Todo ello con sus innegables dotes para la tertulia: frases cortas y respuestas contundentes, tengan o no que ver con las preguntas. No se precisa una especial agudeza analítica para concluir que gobernar es escoger entre males mayores y menores, y que optar por favorecer la fiscalidad de las medianas empresas o intentar hacerlo con la de las segundas residencias combina mal con solucionar problemas reales de la ciudadanía. Y la austeridad se da directamente de bofetadas con sobrecostes de hasta 400 millones de euros en infraestructuras, por lo demás perfectamente prescindibles (la autovía de la Costa da Morte, diseñada por la Xunta anterior, supondría el inaplazable logro de acortar en 10 minutos el viaje A Coruña-Cee).

Basta asimismo echar mano de la memoria para determinar que los Gobiernos son buenos o malos dependiendo de quién, no de cuántos los conforman. Y eso en los Ayuntamientos o en los Estados, como en Alemania, donde han sido casi siempre de coalición. Feijóo, sin embargo las denuesta tanto retorciendo el pasado ("si estuviese el bipartito en la Xunta medio gobierno estaría de huelga y la otra mitad no", dijo el 29-S, con la misma consistencia argumental que asegurar que si no estuviese él, habría 40.000 parados menos en Galicia), como el futuro cuando predice el caos municipal e incluso la ilegalidad si no gobierna la lista más votada (que no evitará los Gobiernos de coalición, pero supone una deslegitimación a priori de las instituciones). En cuanto al lamento del ninguneo estatal, quizá debería pensar en que si su propio partido vota en Madrid en contra de decisiones que él apoya en Galicia, o que su máximo logro político como líder autonómico es haber sido portavoz de las comunidades gobernadas por el PP en la última Conferencia de Presidentes, a cualquiera se le ocurre que para qué tratar con él cuando se puede negociar con Rajoy por lotes.

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Claro que la experiencia nos dice que la inconsistencia no reduce necesariamente las expectativas electorales, por lo mismo por lo que se lamentaba el viejo sheriff de la novela de Cormac McCarthy No es país para viejos:

-"Droga. Venden esa porquería a los colegiales. Peor aún.

-¿Y eso?

-Los colegiales la compran".

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