Columna

¡Quieto, Bill!

Con cierta perspicacia podremos detectar los grandes cambios que se han producido en un periodo bien corto de la vida humana. Cosas usuales hace 50 años serían hoy tenidas por extravagancias o, simplemente, poco creíbles. El uso del sombrero entre los hombres es algo incongruente, incluso desternillante para las actuales generaciones. Por las películas han visto cómo los americanos se los quitan en situaciones excepcionales, permaneciendo cubiertos incluso en los propios domicilios. A lo sumo, se llevaban los dedos índice y medio al borde del ala para un saludo muy devaluado. En los filmes eur...

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Con cierta perspicacia podremos detectar los grandes cambios que se han producido en un periodo bien corto de la vida humana. Cosas usuales hace 50 años serían hoy tenidas por extravagancias o, simplemente, poco creíbles. El uso del sombrero entre los hombres es algo incongruente, incluso desternillante para las actuales generaciones. Por las películas han visto cómo los americanos se los quitan en situaciones excepcionales, permaneciendo cubiertos incluso en los propios domicilios. A lo sumo, se llevaban los dedos índice y medio al borde del ala para un saludo muy devaluado. En los filmes europeos, por el contrario, era un adminículo masculino tan importante como el bastón y los guantes, prendas que no faltaban en el atuendo de cualquier dandi. La gente modesta llevaba gorra, que se quitaba de la cabeza para darle vueltas. Siempre pensé que la verdadera utilidad del cubrecabezas era descubrirse para saludar al prójimo. No había joven ni maduro que no dispusiera de varios, según la estación o las necesidades.

El ordenador, con el que trabajamos, del que dependemos, nunca debe confiarse a nadie

Solo en lugares muy fríos se utilizan los guantes, preferiblemente de lana, cuando eran, también, ornamento, no necesariamente para ser usados. Se llevaban en una mano, eran de cuero, ante, cabritilla, seda y se depositaban junto a los otros dos implementos. Ya en mis tiempos la chistera, y el hongo iniciaban su desaparición. La democracia los ha resucitado en alguna boda de postín o funeral de campanillas.

En los comienzos como reportero, utilizábamos cuartillas que generosamente nos proporcionaba el periódico donde trabajábamos aprovechando la posteta o papel del rodaje en las rotativas, de fuerte textura y papel más amarillento que blanco. Y el instrumento más usado, el lápiz, aunque se popularizaban las plumas estilográficas, las plumas-fuente, que había que recargar con frecuencia y, a menudo, se estropeaban dentro de los bolsillos dejando las chaquetas para el tinte o simplemente inservibles.

En Andalucía y supongo que otros lugares, era axiomático declarar las tres cosas que no deberían jamás confiar ni a los amigos más íntimos: la mujer, la pluma y la guitarra. Ahora se considera una conquista social que los cuernos se hayan difuminado, utilicemos el bolígrafo y sea la "sonata" un instrumento de trabajo y botellón. Hoy, las esposas, en general, deciden sobre sus lealtades y parece ociosa la precaución de quedarse con la capucha de la pluma, para garantizar su devolución. Carezco de experiencia en el instrumento musical. Jamás tuve una.

Esas celadas posesiones se resumen en un mandamiento: el ordenador, nuestro ordenador, con el que trabajamos, del que dependemos -los que en eso estamos- y que tiene tendencia a averiarse los fines de semana o puente largo nunca debe confiarse a nadie. Es imprudente generalizar, pero también el automóvil supuso un signo de opulencia y hoy es un apéndice obligado.

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Hace más de 10 años que lo utilizo como herramienta para ganarme la vida y mis conocimientos se reducen a ejercitar la función precisa, sin entrar en fantasías ni averiguaciones. He llegado a conocer sus puntos críticos y le trato con afabilidad y cortesía. Cuando se estropea supone un drama, pues los técnicos acreditados tienen que desplazarse y sus dietas se corresponden con las de un ingeniero de responsabilidad superior. Hablo de él, lejos de su presencia, con un amigo de similares características que me confía sus peripecias como yo le cuento las mías, igual que si charláramos del incierto porvenir de nuestros nietos. Coincidimos en que es una verdadera peste la intervención de los "expertos", los que lo saben todo y nos hablan de modelos de última generación. Si cometemos el error de consentirles que manipulen nuestro averiado aparato, veremos cómo, sentados en nuestra silla, comienzan a sobar las teclas, sucediéndose increíbles apariciones en la pantalla, columnas de guarismos, representaciones nunca vistas, todo ello a gran velocidad, lo que impide que nuestro despacioso caletre se entere de nada. Para terminar declarando: "No sé lo que tiene".

Mi amigo jura que si alguna vez entra en su despacho el mismísimo Bill Gates e intenta repararle alguna avería, su posición es clara: "Te lo advierto, Bill. No te acerques a mi ordenador, porque te pego un tiro". El amigo sostiene que los ordenadores se estropean y arreglan solos. Creo lo mismo, aproximadamente.

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