Editorial:

Galicia quema

Dos víctimas mortales y miles de hectáreas calcinadas exigen una mejor gestión de Feijóo

Aunque en el conjunto de España ha habido hasta ahora mucha menos superficie quemada que en la media de la década, Galicia vuelve a ser la excepción. Han pasado cuatro años desde el devastador agosto de 2006 (casi 80.000 hectáreas arrasadas en la comunidad y cuatro personas muertas). La estadística indica cierta regularidad en los periodos de aumento de los incendios, en ciclos de cuatro años: lo que tardan en recuperarse los bosques quemados. La meteorología también ofrecía indicios negativos: un invierno lluvioso y una primavera cálida, que propician el crecimiento de la maleza, seguidos de ...

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Aunque en el conjunto de España ha habido hasta ahora mucha menos superficie quemada que en la media de la década, Galicia vuelve a ser la excepción. Han pasado cuatro años desde el devastador agosto de 2006 (casi 80.000 hectáreas arrasadas en la comunidad y cuatro personas muertas). La estadística indica cierta regularidad en los periodos de aumento de los incendios, en ciclos de cuatro años: lo que tardan en recuperarse los bosques quemados. La meteorología también ofrecía indicios negativos: un invierno lluvioso y una primavera cálida, que propician el crecimiento de la maleza, seguidos de un verano muy seco y con vientos del Norte.

Pese a que las consecuencias están muy lejos de las dantescas cifras de hace cuatro años, no hay que desdeñar la dimensión de los daños, con casi 4.000 hectáreas quemadas en lo que va de agosto y, sobre todo, el drama de la muerte de dos bomberos, la pasada semana, en circunstancias aún sin aclarar. La Xunta quiso despachar el accidente en un apresurado informe que atribuía el mortal incendio a una "acción criminal", pero los datos recogidos por la Guardia Civil ponen en duda esa versión.

Como ya se vio en 2006, los incendios en Galicia revisten un peligro mayor por el minifundio y la ocupación indiscriminada del territorio, que han acabado por confundir bosques y casas, incluso en las áreas metropolitanas, lo que dificulta aún más la extinción. Resulta frustrante que, al cabo de los años, de muchos millones de euros invertidos en adquisición de medios, de interminables debates sobre el abandono del mundo rural y la pérdida de valor del monte, los incendios sigan formando parte del paisaje de Galicia como si se tratase de una catástrofe natural. Y de ningún modo lo es, según demuestra un reciente estudio de la Fiscalía gallega, que confirma que detrás de casi el 70% de los fuegos está la mano del hombre. No solo la de los pirómanos, sino la de los imprudentes y, como ha dicho el fiscal de Medio Ambiente, "los sinvergüenzas".

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Que la plaga continúe es una suerte de fracaso colectivo: de la sociedad, las instituciones y sus gestores. Porque las derrotas contra el fuego salpican a todos. Socialistas y nacionalistas aprendieron la lección en 2006, cuando estaban en la Xunta. Y ahora le ha tocado al PP de Feijóo, que hace cuatro años llegó a presumir desde la oposición: "Con nosotros no moría gente en los incendios; con ellos [PSdeG y BNG], cuatro personas".

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