Reportaje:

Un chorrito cada vez más débil

La red de fuentes para beber en la calle ha caído de 4.000 surtidores en los años ochenta a 1.179 en la actualidad - Las Concejalías de Medio Ambiente y Obras ofrecen datos distintos

"Bebidas superfrías. Very cold drinks. Se hablan idiomas por señas". La fórmula del dinero para los quioscos y chiringuitos callejeros del centro de Madrid, durante el verano, es H2O. El encargado de un puesto en la plaza de Callao hace publicidad de sus botellines con un cartel bilingüe. Javier tiene dos trucos añadidos: congelar los envases para que resulten más atractivos y azuzar la sed de los peatones acalorados derramando un cubo de agua delante de su tenderete. Cada poco, una persona sofocada se para a comprar una "bebida superfría", es decir, medio litro de agua mineral, que se ...

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"Bebidas superfrías. Very cold drinks. Se hablan idiomas por señas". La fórmula del dinero para los quioscos y chiringuitos callejeros del centro de Madrid, durante el verano, es H2O. El encargado de un puesto en la plaza de Callao hace publicidad de sus botellines con un cartel bilingüe. Javier tiene dos trucos añadidos: congelar los envases para que resulten más atractivos y azuzar la sed de los peatones acalorados derramando un cubo de agua delante de su tenderete. Cada poco, una persona sofocada se para a comprar una "bebida superfría", es decir, medio litro de agua mineral, que se convertirá en menos de una hora, con un calor de más de 30 grados, en algo parecido a un caldo limpio templadito.

La Asociación a Pie está elaborando un registro de caños secos o incómodos
Muchos madrileños ven los surtidores como algo sucio y poco recomendable
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En toda la Gran Vía, en la Puerta del Sol o en los dos kilómetros de recorrido que forman el paseo del Prado y el paseo de Recoletos (señores turistas, a la derecha, el Museo del Prado; ante ustedes, la plaza de Cibeles; a su izquierda, el Museo Thyssen) no hay una sola fuente para beber. Hay surtidores antiguos, sí, pero no funcionan, adornan; como una maciza pieza de granito sin una gota de agua que hay en el cruce de la calle de Alcalá con el Prado, debajo del despacho del alcalde, Alberto Ruiz-Gallardón. Como decía, frente al Museo del Prado, una turista de Toledo, Raquel, "al menos hay bastantes negocios para comprar un botellín".

El centro de Madrid se va quedando sin fuentes en las aceras, como ocurre poco a poco en el resto de la ciudad. No se puede precisar el empobrecimiento de la red año a año, ya que el Ayuntamiento no ofrece esa información, pero hay referencias puntuales que lo confirman. Actualmente hay 1.179 fuentes en las calles, según datos municipales, aunque la concejal, Ana Botella, dio esta semana una cifra bien distinta (529) en la comisión de Medio Ambiente. En 1996 había 1.243, de acuerdo con la hemeroteca de este diario; desde entonces, Madrid tiene 400.000 vecinos más y 64 surtidores menos.

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Según una portavoz de la Concejalía de Obras, la instalación de fuentes "no está entre las peticiones" que llegan a su servicio de atención al ciudadano. Una afirmación que contrasta con que dos asociaciones ciudadanas hayan exigido públicamente en los dos últimos meses que se pongan fuentes en el centro de la ciudad. En los parques, sin embargo, la tendencia es la contraria: hace 14 años, había 611 fuentes; ahora, según la Concejalía de Medio Ambiente, hay 1.471.

El abandono de este servicio peatonal no ha sido una decisión exclusiva del Gobierno actual, que lleva siete años en la alcaldía, sino que viene de muy atrás. El chorrito de agua que daba de beber a la gente por las calles, sin euros ni envases de plástico de por medio, ha ido menguando desde los años ochenta. Dos pequeñas asociaciones de la ciudad que se ocupan por separado de temas cívicos, la Fundación para el Progreso de Madrid y la Asociación a Pie, dan el mismo dato sobre las fuentes que había en la calle hace tres décadas: más de 4.000. "Nunca se hizo un censo riguroso, pero esta es la cifra que manejaba entonces el Canal de Isabel II", dice el presidente de la Fundación para el Progreso, Francisco Herrera, 60 años, cabeza de lista de Izquierda Unida en las elecciones municipales de 1991 y 1995.

Sostiene Herrera que los surtidores se han ido dejando de lado porque recordaban la pobreza del pasado: "Los Gobiernos de la época democrática querían hacer una ciudad moderna, cubrir las necesidades elementales que había, transformar un Madrid que era grande y destartalado. Y los caños de las calles eran un símbolo del subdesarrollo".

En el Madrid del siglo pasado, hasta los años sesenta, las fuentes sí eran una necesidad elemental. En algunas casas de los barrios de la periferia (Vallecas, Hortaleza, San Blas...) no había agua corriente y había que ir a recogerla ahí para bañarse, cocinar o lavar la ropa.

Muchas de estas fuentes siguen en pie, como en Tetuán. Una de ellas, con su fecha, 1942, grabada en la piedra caliza todavía funciona, aunque parece un quiste urbano: colocada en medio de una acera de la calle de Berruguete, quita tanto espacio que apenas se puede pasar. Encima, un vecino que toma sin camiseta el sol de última hora en el balcón de su casa cuenta que estuvo seca durante tres años. Ahora ha vuelto a tener agua. Pero, aunque él no la usa echa de menos "todas las que han quitado en el barrio".

-¿Y sabe por qué las quitan? Le da una calada al cigarro y lo tira por el balcón.

-No tengo ni idea, macho.

La Asociación a Pie, un colectivo en defensa de los peatones, empezó a finales del año pasado una campaña a favor de las fuentes. En Internet tienen una web a la que se pueden enviar fotos de surtidores y comentarios, datos con los que intentan elaborar un registro de las fuentes de Madrid: las que están útiles o sin servicio; las incómodas o las que han desaparecido.

Un portavoz de esa asociación, Marcos Montes, arquitecto madrileño de 38 años, acompaña al periodista por Tetuán, el barrio donde vive y donde investiga el fenómeno de las fuentes. Montes piensa que la alcaldía ha abandonado este asunto. "En la calle de Bravo Murillo", destaca, "colocaron cinco o seis hace tres años y creo que ya no funciona ninguna".

"Iagua, iagua, iagua", se oye dentro del carrito que conduce Marcos. Su hija Irene, de dos años, tiene sed. Él le da un trago de agua mineral.

Marcos Montes considera que el Ayuntamiento no invierte en surtidores para no tener que pagar por su mantenimiento ni por el agua, para ahorrarse gestiones (como acordar con el Canal de Isabel II dónde colocar las fuentes) y porque ven el mobiliario urbano como un elemento problemático: "Piensan que hay más conflictos con la gente en la calle, y resuelven la cuestión desertizando el espacio público".

En la plaza de Santo Domingo, reformada hace tres años, solo queda el esqueleto de una fuente. El Ayuntamiento asegura que todos los surtidores de la ciudad funcionan -"salvo alguna incidencia que se está solucionando"-. "Alguna incidencia" significa que de las 529 fuentes que Medio Ambiente sitúa en la vía pública funcionan 467 -44 están por reparar y el resto por regularizar-. Julio, un camarero de un restaurante de la plaza, aporta su información mientras bebe un tinto de verano en la sobremesa: "Esta lleva así desde poco después de ponerla, cuando realizaron las obras". Pero no cree que sea responsabilidad del Gobierno. "La tuvieron que cerrar porque los indigentes la usaban para lavarse la ropa con detergente y el agua llegaba hasta Ópera [a 300 metros cuesta abajo]. La gente no sabe aprovechar las cosas", opina Julio.

Los vecinos consultados por lo general tienen tres cosas claras: una, que hay menos fuentes que antes; otra, que no estaría mal que hubiese más, pues nadie tiene un interés especial en comprarse un botellín; y tercera, que las fuentes, las que hubo y las que quedan, siempre han sido un polo de atracción de la barbarie ciudadana, explicado con razones más o menos pertinentes.

A algunos les parecen, incluso, antiestéticas. Provocan charcos de barro y a menudo están rodeadas de avispas. Otros apuntan que en ellas beben los perros. Otros aseguran que las roban los chatarreros. Y casi todos recuerdan que los drogadictos las usaban para lavar sus jeringuillas, cuando a finales del siglo pasado hubo tantos casos de adicción a la heroína.

Eduardo Gómez, un vecino de 57 años de Las Rosas, una zona de viviendas construida en los años noventa junto al humilde barrio de San Blas, y uno de los focos de caballo en los años ochenta, resuelve con elegancia el crepúsculo de las fuentes: "La gente va al bar o lleva un botellín; entonces, huelga tenerlas".

Un transeúnte bebe en una fuente situada en la plaza de los Carros.SAMUEL SÁNCHEZ

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