La fiesta rojiblanca

Tras la tortura, el éxtasis

Los aficionados del Atlético se juntaron para sufrir hasta la victoria en los bares próximos al Vicente Calderón

Nunca hubo tanta felicidad junta en una calle con un nombre tan cenizo. Los hinchas del Atlético de Madrid salieron de los bares del paseo de los Melancólicos, que rodea el estadio Vicente Calderón, para desahogarse a gritos de todo el estrés que acumularon durante 120 minutos de tortura futbolística. "Es sufrir por sufrir, que lo llamen sadomasoquismo si quieren", sintetizaba Ana, una aficionada colchonera engullida por el jolgorio del bar Álvaro.

Cientos de atléticos celebraron a voces y petardazos el primer campeonato europeo de su club, después de 47 años. Mucho antes del final del ...

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Nunca hubo tanta felicidad junta en una calle con un nombre tan cenizo. Los hinchas del Atlético de Madrid salieron de los bares del paseo de los Melancólicos, que rodea el estadio Vicente Calderón, para desahogarse a gritos de todo el estrés que acumularon durante 120 minutos de tortura futbolística. "Es sufrir por sufrir, que lo llamen sadomasoquismo si quieren", sintetizaba Ana, una aficionada colchonera engullida por el jolgorio del bar Álvaro.

Cientos de atléticos celebraron a voces y petardazos el primer campeonato europeo de su club, después de 47 años. Mucho antes del final del partido, desde las siete de la tarde, empezaron a desfilar aficionados desde la Glorieta de Pirámides hacia los locales que hay junto al Calderón. En los bares se recordaban, antes de la hora D, los momentos más trágicos del equipo. Quique, de 42 años, estuvo en la última final europea del Atlético, en 1986, contra el Dinamo de Kiev. Perdieron. "Fue un desparrame de viaje hasta Lyon, 20 horas en bus. Y luego el palo de perder. Una impotencia que se tradujo en violencia contra los policías franceses", cuenta el colchonero con naturalidad.

Marcó Forlán y el bar Álvaro estalló, como todo el paseo de Los Melancólicos
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Si se le preguntaba a los atléticos del entorno sobre una voz autorizada en la historia melodramática de su club, todos remitían al mismo nombre: Manolo, el panadero. Pero Manolo, un señor de 69 años, no estaba en los bares. Aguantaba un constipado en casa, desde donde dio por teléfono una lección de conocimientos del asunto en primera persona: "Yo estuve en la final de la Copa Europa de 1974 contra el Bayern de Múnich". Una Copa que el Atlético perdió en un partido de desempate, tras estar a unos segundos de proclamarse campeón en el primer encuentro. "Ya estaba brindando en la grada, cuando pegó un zapatazo aquel señor con un nombre tan raro", recuerda el panadero. Aquel tanto in extremis de un futbolista del Bayern, al que siguió la derrota en el siguiente partido, dejó una frase lapidaria al final del encuentro del presidente Vicente Calderón, recordada por Manolo como origen del sambenito de perdedor de su club: "Somos el pupas".

A las 20.45 los fieles seguidores del susodicho "pupas" se apiñaron en los bares, una vez más para padecer. Los locales reventaban de camisetas rojiblancas, con muchos hinchas oteando la pantalla de la tele desde las aceras del paseo de los Melancólicos.

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Son tenaces los simpatizantes colchoneros. En el bar Álvaro, reducto Atlético, enlazaron himnos y canciones durante las dos horas largas del suplicio que se solventó con el gol decisivo del delantero Diego Forlán. Hasta el desenlace, los jóvenes se animaron a discreción, sin rastro del temor atávico que se les supone a los rojiblancos. Los mayores, sin embargo, más experimentados en los míticos batacazos de su club, seguían ceñudos el melodrama, con acotaciones preocupadas: "¡No se puede tener un partido tranquilo! Si es que sólo sabemos hacer las cosas así, sufriendo", comentaba Juan Luis, de 45 años, que con todo, se permitía bromear sobre la fama de su equipo, en un momento tan delicado: "No somos un equipo perdedor, somos un equipo poco ganador".

Al pasar las once de la noche, durante la prórroga, cuando los atléticos se enfrentaban al cara o cruz del desenlace final, el bar Álvaro latía como si fuera un fondo del estadio Calderón, alegre, sin miedos. Igual que los puercoespines han desarrollado púas para defenderse de los animales que los acechan, parece que los aficionados del Atlético, para conjurar la sombra del fracaso, han desarrollado otra arma potente: el optimismo.

A unos minutos del final del partido, José Luis, concentrado, con una voz medio ausente, soltó en un suspiro: "Ahora, ahora metemos el gol". Pasaron menos de cinco segundos hasta que su visión de hincha alterado se materializó. Forlán marcó y el bar Álvaro estalló. Como todo el paseo de los Melancólicos.

Cualquier hincha se alegra cuando gana su equipo, pero esto no era alegría era, como definía antes del partido Manolo el panadero, la expresión "de un veneno que no se puede quitar".

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