LA COLUMNA | OPINIÓN

Menos gobernanza y más gobierno

¿Es seguro que las políticas para la promoción del coche eléctrico requieran un pacto de Estado? ¿Comenzarán los fontaneros a cobrar el IVA reducido porque así lo acuerden en un pacto de Estado los dos grandes partidos de ámbito estatal? El apoyo a las energías renovables ¿tendrá que dormir en el cajón hasta que los partidos flanqueados por los sindicatos se hagan la foto en el marco incomparable del Palacio Zurbano? ¿Sólo podrá salvar el ICO los grandes obstáculos con que tropieza su afán por conceder crédito a las pymes cuando los partidos y demás firmen el dichoso pacto de Estado? Y el fome...

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¿Es seguro que las políticas para la promoción del coche eléctrico requieran un pacto de Estado? ¿Comenzarán los fontaneros a cobrar el IVA reducido porque así lo acuerden en un pacto de Estado los dos grandes partidos de ámbito estatal? El apoyo a las energías renovables ¿tendrá que dormir en el cajón hasta que los partidos flanqueados por los sindicatos se hagan la foto en el marco incomparable del Palacio Zurbano? ¿Sólo podrá salvar el ICO los grandes obstáculos con que tropieza su afán por conceder crédito a las pymes cuando los partidos y demás firmen el dichoso pacto de Estado? Y el fomento del alquiler de vivienda ¿necesita acaso un pacto de Estado para extirpar o, al menos, mitigar el innato deseo o la herencia genética que nos impulsa a adquirirla?

Es claro que no, que buena falta hace pasarse semanas y meses reuniendo comisiones, abriendo mesas de diálogo, manteniendo interminables conversaciones -en resumen, practicando la gobernanza- para alcanzar el tan pomposamente denominado pacto de Estado cuando las decisiones estratégicas de política económica para hacer frente a la crisis quedarán al albur de lo que ocurra en otras mesas, en otros palacios, en otros pactos. Más aún: aunque el Gobierno, en el caso de haber diagnosticado correctamente el origen y alcance de la crisis -un diagnóstico al que sigue mostrándose reacio, como todo el mundo pudo comprobar tras las inanes parrafadas de su presidente ante las cámaras de televisión- hubiera propuesto una estrategia coherente para hacerle frente, no necesitaba un pacto de Estado para ponerla en práctica. Le hubiera bastado, en la peor tesitura, el decreto y, en la mejor, una mayoría parlamentaria suficiente para sacar las medidas adelante, por más que la oposición, en el caso de que se decidiera a cumplir su papel, se opusiera.

¿Qué es esto de quedarse empantanados ante medidas claves contra la crisis acusando a la oposición de cosas tan pintorescas como no arrimar el hombro, no echar una mano, no empujar el carro? En los sistemas democráticos, que funcionan a base de mayorías, las oposiciones están para oponerse, elaborar una alternativa y mantener así la posibilidad de otra política. En tiempos de bonanza, como en tiempos de crisis, es fundamental que cada cual defina sus políticas, las dé a conocer al público, se debatan y, claro está, se pongan en práctica, con la idea de que el agotamiento de una de ellas -normalmente, la del gobierno- no arrastre a la otra. Pactos de Estado, con cuentagotas y sólo cuando un cúmulo de circunstancias extraordinarias los haga absolutamente imprescindibles, como ocurrió en 1977, recién inaugurada la legislatura constituyente.

Lo primero que se espera de un gobierno -sobre todo, en tiempos de crisis- es que gobierne. Para eso, lo habitual es establecer una estrategia, lo cual a su vez requiere identificar los problemas y decidir un orden de prioridades. Sólo por falta de liderazgo, o porque en el gobierno surgen posiciones enfrentadas, o simplemente porque no se sabe qué hacer, es cuando todo se vuelve buscar pactos de Estado, un eufemismo para significar pactos que involucren a la oposición, sea por activa, sea por pasiva. Si es por activa para embarcarla en la misma nave sin rumbo y así poder extender a diestro y siniestro la responsabilidad por los males que se sufren o avecinan; si es por pasiva para acusarla de no arrimar el hombro, no echar una mano, no empujar el carro. Todo menos gobernar cargando sobre los propios hombros la responsabilidad de lo actuado.

¿Tiene este gobierno capacidad y recursos para definir y conducir una política económica sin necesidad de pactos de Estado? Si por número fuera, con un puñado de diputados más habría bastante para alcanzar la mayoría absoluta, ahorrándonos este rigodón de mesas y palacios. Lo que la situación necesita no es tanto un pacto como una política, no es tanto un ejercicio permanente e interminable de gobernanza como una acción coherente de gobierno. Ocultar la incapacidad para definirla y ejecutarla hasta sus últimas consecuencias -sin decir hoy lo contrario de ayer y mañana lo contrario de hoy en cuestiones sustantivas- es lo que realmente se echa de menos. Los fuegos de artificio sobre yo quiero un pacto que tu no quieres porque eres malo y no arrimas el hombro y bla, bla, bla, están a punto de acabar con la paciencia de este santo Job en que la crisis ha convertido a millones de ciudadanos directamente afectados en su trabajo, en sus vidas, por aquella crisis que nunca fue y de la que ya vamos saliendo.

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