Análisis:EL ACENTO

Final de un sueño

Es poco probable que la NASA incluya a Barack Obama en el santoral de su devoción. La reciente decisión presupuestaria del presidente estadounidense de recortar los recursos de la agencia espacial no sólo reduce el mito al tamaño de los libros de contabilidad. Cancela también, en aras del realismo económico de un país cuyo déficit alcanza, ése sí, dimensiones astronómicas, un sueño interplanetario acariciado por muchos durante generaciones. El cielo obligaba ayer a aplazar el lanzamiento del Endeavour desde Cabo Cañaveral, como un eco triste de los nuevos tiempos.

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Es poco probable que la NASA incluya a Barack Obama en el santoral de su devoción. La reciente decisión presupuestaria del presidente estadounidense de recortar los recursos de la agencia espacial no sólo reduce el mito al tamaño de los libros de contabilidad. Cancela también, en aras del realismo económico de un país cuyo déficit alcanza, ése sí, dimensiones astronómicas, un sueño interplanetario acariciado por muchos durante generaciones. El cielo obligaba ayer a aplazar el lanzamiento del Endeavour desde Cabo Cañaveral, como un eco triste de los nuevos tiempos.

El último visionario del sueño que Obama se ha encargado de liquidar fue George W. Bush. El presidente anterior anunció, en uno de sus característicos brindis al sol, que se retomaría el programa Apolo donde se quedó en los años setenta, y que los astronautas estadounidenses volverían a la Luna en 2020 e incluso llegarían hasta Marte.

En su lugar, este año serán jubilados los tres transbordadores espaciales que le quedan a la NASA. Y hasta que estén listos nuevos vehículos, esta vez desarrollados por empresas privadas, Estados Unidos sufrirá la no pequeña humillación de pagar millones de dólares a Rusia para que transporte a sus astronautas a la estación espacial internacional (ese polivalente laboratorio en condiciones de microgravedad) a bordo de sus naves Soyuz. Pedir épica a esa nueva realidad será como esperarla de un viaje en taxi, por exótico y remoto que fuere su destino.

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Nadie conoce el rumbo final de la aventura espacial estadounidense. Pero sí resulta claro que el reciente carpetazo presupuestario hace subir muchos enteros las aspiraciones de China. Pekín, la gran potencia emergente, repletas sus arcas de yuanes, ha multiplicado en los últimos años sus éxitos en este terreno (incluido el paseo espacial de 2008); y no oculta ya que entre sus ambiciones figura contar con estación orbital propia, además del envío de sondas a Marte y Júpiter. Que astronautas chinos pisaran la Luna en 2030, como prevé el Partido Comunista, no dejaría de ser una sutil venganza de la historia.

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