Columna

Feijóo no es lo que parece

Cumpliendo con un ritual fuertemente arraigado en la vida política gallega, Núñez Feijóo situó en el frontispicio de su programa electoral la necesidad de abordar una nueva forma de hacer política y, en consecuencia, poner en marcha lo que se denomina una regeneración democrática. Es decir, modificar de forma radical la relación con la sociedad, activar todos los mecanismos de control del poder, revitalizar el funcionamiento de las instituciones democráticas, en primer lugar del Parlamento, y demostrar que la Radio Galega y TVG han dejado de ser instrumentos gubernamentales para transformarse,...

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Cumpliendo con un ritual fuertemente arraigado en la vida política gallega, Núñez Feijóo situó en el frontispicio de su programa electoral la necesidad de abordar una nueva forma de hacer política y, en consecuencia, poner en marcha lo que se denomina una regeneración democrática. Es decir, modificar de forma radical la relación con la sociedad, activar todos los mecanismos de control del poder, revitalizar el funcionamiento de las instituciones democráticas, en primer lugar del Parlamento, y demostrar que la Radio Galega y TVG han dejado de ser instrumentos gubernamentales para transformarse, ¡por fin!, en medios de comunicación públicos que practican la veracidad informativa y el respeto al pluralismo político y social.

Como sucedió en el fraguismo, entramos en un periódo de premeditado deterioro de la democracia

Pero una vez ganadas las elecciones, Feijóo, cumpliendo con otro viejo ritual, se olvidó por completo de todas las promesas y dedica todo su esfuerzo a conseguir la concentración del poder. Su diseño expansivo y excluyente, en abierta contradicción con sus compromisos electorales, puede erosionar todavía más la calidad de nuestra democracia, es decir, los derechos y las libertades de los ciudadanos.

Es evidente que Feijóo proyecta una imagen muy alejada de la acartonada figura de Fraga y de su rancia manera de gobernar. Pero un análisis más pormenorizado de su proyecto político revelará que éste tiene más coincidencia con el desarrollado por el fundador del PP de lo que a primera vista parece. En efecto, durante su mandato Fraga promovió, de forma unilateral, dos importantes iniciativas políticas que arruinaron el consenso con el que se había elaborado las reglas del juego democrático en Galicia. Fueron la reforma de la ley electoral y la del reglamento del Parlamento. Con la primera de estas iniciativas, Fraga pretendía dificultar la alternancia democrática y asentarse indefinidamente en el poder; con la segunda, evitar, o al menos limitar drásticamente, el control democrático y parlamentario de su Gobierno.

La reforma del reglamento de la Cámara postergó a la institución parlamentaria y la relegó a un papel subalterno e irrelevante para la opinión pública. Un hecho especialmente grave, si se considera que el Parlamento es el único espacio en el que las diferentes alternativas políticas pueden confrontarse y la oposición controlar al Ejecutivo. Es cierto que desde la pasada legislatura el presidente de la Xunta comparece, a iniciativa propia o requerido por la oposición, en todos los plenos de la Cámara, lo es también que, mediante normas interpretativas del reglamento, se han acortado los tiempos de tramitación de las iniciativas parlamentarias, agilizando así el funcionamiento del Parlamento. Pero todo ello, siendo insuficiente, se debe exclusivamente a la acción del denostado bipartito. En la línea de Fraga, Feijóo y la mayoría popular, que tan amargamente se quejaban del funcionamiento parlamentario cuando eran oposición, no tienen la más mínima intención de devolver a la Cámara el papel central que le corresponde en una democracia.

Pero las coincidencias con Fraga no terminan aquí. Emulando a su predecesor popular, la política cultural y mediática de Feijóo persigue un objetivo invariable: el gobierno de las ideas y de los valores, indispensable para ejercer una hegemonía de hecho y perpetuarse en el poder. La expresión más acabada de este modelo se encuentra en el dominio de los medios de comunicación. En esto Feijóo, como Fraga, es implacable. La RTVG y los demás medios de obediencia gubernamental funcionan como un disciplinado ejército dedicado a destilar el discurso clónico que interesa al Gobierno y a castigar a la oposición con el ostracismo, sin ninguna clase de escrúpulo.

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Entramos así, como sucedió durante el fraguismo, en un período de premeditado deterioro de la democracia. El resultado será, como entonces, desolador: una gigantesca red clientelar sostenida con fondos públicos y un dominio de las instituciones públicas y privadas que coloquen al Gobierno de Núñez Feijóo a salvo de las críticas y el control de la sociedad. Los hechos demuestran que Feijóo no es lo que aparenta.

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