"Haceos a la idea de que vuestra vida sigue en la patera"

Rodrigo Pérez les busca la mirada. Es machacón, pero no queda otra. "Sin graduado escolar, no vais a ningún sitio, es una trampa más". Los seis chicos le miran. Son los mayores. Cinco marroquíes y un ghanés, de 18 a 20 años, que viven en dos pisos de la ONG Mensajeros por la Paz, financiada por una fundación privada. Las reglas son claras: ni alcohol ni drogas, ni problemas de convivencia. Y cada uno debe hacerse cargo de su vida. Se reúnen una vez por semana.

Bilal, el chico repatriado, se ha saltado el encuentro. "Ha vuelto un poco perdido", se lamenta Rodrigo, presidente de Mensajero...

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Rodrigo Pérez les busca la mirada. Es machacón, pero no queda otra. "Sin graduado escolar, no vais a ningún sitio, es una trampa más". Los seis chicos le miran. Son los mayores. Cinco marroquíes y un ghanés, de 18 a 20 años, que viven en dos pisos de la ONG Mensajeros por la Paz, financiada por una fundación privada. Las reglas son claras: ni alcohol ni drogas, ni problemas de convivencia. Y cada uno debe hacerse cargo de su vida. Se reúnen una vez por semana.

Bilal, el chico repatriado, se ha saltado el encuentro. "Ha vuelto un poco perdido", se lamenta Rodrigo, presidente de Mensajeros y responsable del grupo de los mayores. "Cuando vino la primera vez, estábamos muy contentos con él, por su forma de ser y de trabajar", asegura. Ahora está preocupado. No lo ha visto en dos semanas. Le pide a los demás que le cuiden. Y vuelve a los papeles.

Al cumplir los 18 años, los chicos pierden automáticamente su permiso de residencia, explica Pérez. Y, si quieren un trabajo, necesitan los documentos al día. "Nadie os va a solucionar los problemas. Haceos a la idea de que vuestra vida sigue en la patera". Guardan historias terribles, como Otman, el chico al que explotaban 11 horas en un taller marroquí por 1,5 euros semanales. O Bouabil, al que bajaron del avión para repatriarlo en el último momento. Pero luchan para salir adelante. Moha es aprendiz de carpintero. Nabil sueña con ganarse la vida de chef. También pelea Sadik, que lleva un año echando currículos. Y Mustafá, que ha encontrado unas prácticas. "Les ponen palos en las ruedas, pero no se rinden", asegura Pérez. "Estoy orgulloso de ellos", concluye.

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