Columna

Una columna 'demagógica'

En la práctica política democrática abunda la demagogia, sin duda. Pero aún abunda más otra cosa: las acusaciones de demagogia. Cuando se quiere desactivar o menospreciar un discurso o una crítica política, qué mejor que ponerle la etiqueta de demagógica. Lo vemos constantemente en tertulias, artículos, comparecencias políticas. Dirigentes del PP acusan al PSOE de utilizar la demagogia para justificar la subida de impuestos; dirigentes del PSOE acusan al PP de demagogia al pedir reducir los gastos y mantener el mismo nivel de inversiones, etc.

Si uno acude al diccionario, se encuentra c...

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En la práctica política democrática abunda la demagogia, sin duda. Pero aún abunda más otra cosa: las acusaciones de demagogia. Cuando se quiere desactivar o menospreciar un discurso o una crítica política, qué mejor que ponerle la etiqueta de demagógica. Lo vemos constantemente en tertulias, artículos, comparecencias políticas. Dirigentes del PP acusan al PSOE de utilizar la demagogia para justificar la subida de impuestos; dirigentes del PSOE acusan al PP de demagogia al pedir reducir los gastos y mantener el mismo nivel de inversiones, etc.

Si uno acude al diccionario, se encuentra con una acepción muy certera: "Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder". Y en seguida nos vienen a la mente decenas de ejemplos.

Pero también otros ejemplos perversos de esa acusación. Tomemos un par de la prensa de esta semana. Ante la concesión a Río de Janeiro de los Juegos Olímpicos de 2016, una articulista escribe: "¿Acaso le ha sorprendido a alguien? ¿No se sabía de antemano que la demagogia de Lula, con sus llamamientos a la no discriminación de los pobres, tenía muchas posibilidades de triunfar?". Ante la lluvia de críticas por la millonaria pensión vitalicia del señor Goirigolzarri, consejero delegado del BBVA, las páginas salmón de los periódicos bullen de artículos que tachan de "demagógica" tal crítica política y sindical. Uno de esos articulistas, Miguel A. Belloso, propone que el Gobierno debería hacer "pedagogía" en lugar de demagogia: "Habría que explicar a la gente que tiene que ver con naturalidad una pensión de tres millones de euros brutos al año pagada por una empresa privada..., aunque él tenga que conformarse con una jubilación discreta. La vida es así". ¿Y por qué la vida es así? Porque "el talento es un recurso escaso, no abunda, y por eso hay que pagarlo. A precio de oro". En otros campos, se entiende, los recursos son abundantes, los talentos mediocres y los sueldos mileuristas. La vida es así, viene a decir, y criticarlo es demagogia.

Desde luego, hay razones para sospechar de la indignación moral de los políticos en este caso, como si ellos no tuvieran nada que ver con la legislación benévola para ese tipo de pensiones. Pero lo que, a mi juicio, convierte en perversas esas acusaciones de demagogia es el lugar común, extendido en el pensamiento neoliberal, de que en un discurso político toda apelación a la pobreza, la exclusión social o la desigualdad de clases es ilegítima, pues no busca sino invocar al sentimentalismo del oyente. Como si la pobreza y la exclusión no existieran, excepto como armas políticas sensibleras. Como si los pobres lo fueran por falta de talento, como le leíamos al señor Belloso. Asqueroso. Y perdonen si me ha salido una columna demagógica.

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