Columna

El regreso de McLuhan

El presidente Zapatero se ha sentido atacado por algunos, como ya señaló en la campa de Rodiezmo, y ahora acaba de avisar en las páginas que merecen todas sus complacencias que "quien quiera mandar se presente a las elecciones". Así que no se habla de otra cosa, la centralita está bloqueada, por decirlo con la expresión que acuñó el príncipe de los periodistas españoles. Es como si desde hace unos días algunos pensaran que se ha dado la salida hacia la guerra de las dos rosas, una guerra de posiciones que necesita del trabajo decidido de los zapadores para abrir las trincheras sobre el ...

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El presidente Zapatero se ha sentido atacado por algunos, como ya señaló en la campa de Rodiezmo, y ahora acaba de avisar en las páginas que merecen todas sus complacencias que "quien quiera mandar se presente a las elecciones". Así que no se habla de otra cosa, la centralita está bloqueada, por decirlo con la expresión que acuñó el príncipe de los periodistas españoles. Es como si desde hace unos días algunos pensaran que se ha dado la salida hacia la guerra de las dos rosas, una guerra de posiciones que necesita del trabajo decidido de los zapadores para abrir las trincheras sobre el terreno que debiera defenderse. Toda la atención se diría fijada en un solo foco. En el que aparecen de nuevo las guerras mediáticas azuzadas por los gurkas del momento.

Políticos y periodistas piensan manejar un arma letal en forma de información reservada

Recordemos que estábamos en la galaxia Gutenberg, la de la letra impresa, y como hubiera podido pronosticarse a partir del enunciado de las ecuaciones del electromagnetismo por nuestro Maxwell, acabaron llegando la radio y televisión, a los que hemos dado en llamar audiovisuales. Luego apareció, gracias al Pentágono, la Red de Redes, Internet, que permitió la alteración de las funciones hasta entonces separadas de emisores y receptores, haciendo posible el flujo en ambos sentidos. De ahí que algunos pensaran que ahora es como si todos fuéramos periodistas, lo cual acaba llevándonos a una inundación informativa en medio de la cual la primera carencia sería la de la inteligibilidad. Es lo mismo que sucede en las inundaciones por la crecida de los ríos, cuando las gentes están con el agua al cuello y lo primero esencial que les falta es agua potable.

Así que en días como estos, desde Rodiezmo en adelante, parecería que Marshall McLuhan, a quien debemos aquel principio de que el medio es el mensaje, estuviera de regreso entre nosotros. De la euforia de Internet como mensaje sin medio hemos vuelto al aprecio del medio como avalista decisivo del mensaje, como plataforma capaz de dotarle del valor añadido de la credibilidad. Parafraseando a Orwell, resultaría que todos los medios son iguales pero que algunos son más iguales que otros. Ésa es al menos la perspectiva con la que se observan desde el poder político. Porque para el poder todo elogio, incluso rayano en el ditirambo, se considera insuficiente y toda crítica, incluso la más dulce, se percibe como excesiva. Además, la extrema proximidad entre políticos y periodistas ha llevado a que los periodistas tengan un cuaderno azul con el gobierno que formarían, mientras los ministros quisieran dictar los titulares que los medios hubieran debido utilizar.

Políticos y periodistas piensan manejar un arma letal en forma de información reservada. Los del Gobierno cuentan con el recurso al Centro Nacional de Inteligencia, cuyos informes les inducen a pensar que quienes carecen de ellos quedan reducidos a la condición de gatitos ciegos. Por la otra banda, esta tarea es asumida por el llamado periodismo de investigación, cuyos resultados van apareciendo de manera dosificada. En realidad, casi toda la información de alguna relevancia puede obtenerse de fuentes abiertas, plenamente disponibles. Pero la imaginación de cada contendiente siempre tiende a añadir profundidad y malevolencia a los eventuales conocimientos de su interlocutor. Cuestión distinta es cómo desde el poder se manejan el consentimiento y la exigencia para unos y para otros. Puede un diario acompañado de una bendita emisora impugnar durante cuatro años la legitimidad del primer triunfo electoral de Zapatero y sembrar de sospechas de participación del PSOE en la masacre del 11-M sin que se vean afectadas las idílicas relaciones con el responsable del periódico, ni deje de incrementarse hasta el 0,7% la cuota de participación de la Iglesia en el IRPF de los contribuyentes que marquen la crucecita.

Así que ni la distancia puede tender a infinito, ni la proximidad favorecer el contagio. La independencia absoluta no se da, como tampoco existe el péndulo simple. Siempre hay un coeficiente de rozamiento en el punto de suspensión. Pero hay péndulos capaces de mantenerse en oscilación durante decenios y otros que se detienen en pocos instantes. Si habláramos de los diarios, que siguen proporcionando un marco de referencia y contribuyen de manera hasta ahora irremplazable a la articulación del espacio público donde se racionaliza el debate democrático, habría que reconocer que siguen ocupando la cumbre aunque lleguen a unas audiencias numéricamente muy inferiores.

Como reclamaba Katherine Graham, la editora del Washington Post, su mayor nobleza reside en intentar ser independientes incluso de sus propietarios.

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