Necrológica:

José Mari Aguirre Salaberría, superviviente de Mauthausen

Recorrió Mallorca dando charlas pedagógicas

Las sonrisas y la emoción se mezclaron extrañamente el pasado lunes en el tanatorio de Palma de Mallorca mientras era incinerado el cuerpo de José Mari Aguirre Salaberría (Markina, 1919), vasco expansivo y republicano evidente que falleció el día anterior, 6 de septiembre, en el hospital General de Mallorca, con las piernas muy maltrechas y el corazón vencido.

Libertario antifranquista, tardó 35 años en hablar de su supervivencia de cuatro años y medio -"54 meses", decía- en el campo de exterminio nazi de Mauthausen. "Guardé silencio. Sólo se lo explicaba a mi mujer, Sarah", detalló aqu...

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Las sonrisas y la emoción se mezclaron extrañamente el pasado lunes en el tanatorio de Palma de Mallorca mientras era incinerado el cuerpo de José Mari Aguirre Salaberría (Markina, 1919), vasco expansivo y republicano evidente que falleció el día anterior, 6 de septiembre, en el hospital General de Mallorca, con las piernas muy maltrechas y el corazón vencido.

Libertario antifranquista, tardó 35 años en hablar de su supervivencia de cuatro años y medio -"54 meses", decía- en el campo de exterminio nazi de Mauthausen. "Guardé silencio. Sólo se lo explicaba a mi mujer, Sarah", detalló aquel que no quiso ser reducido a un número, el 4553. "Fuera de España no había españoles", determinó sobre él y decenas de miles el ministro de Franco Serrano Súñer.

Recorrió Mallorca dando charlas pedagógicas por colegios y círculos de la izquierda alternativa. Se instaló en la isla en 1953 para trabajar en hoteles turísticos gracias a su dominio del francés y del alemán forzado por las circunstancias. Una noche fría, a los 85 años, en Pollença, cerró su narración para nada protagonista ni escabrosa con una invitación a cantar. La audiencia juvenil había enmudecido tras su relato vital, su travesía individual por la trágica historia del siglo XX que para él comenzó cuando se fue a la guerra con su padre, salió derrotado y pasó la frontera de Francia para ser recluido en el campo de Saint Ciprien y después deportado a Mauthausen. Tras la versión de una tragedia, desde su fortaleza vital recuperada y sostenida gracias al deporte de la pelota, se atusó el pelo blanco largo y la barba aún contestataria y empezó jocosamente: "¡Las vacas del pueblo ya se han escapau, riau, riau!". Una bandera de la República presidía la sala y él llevaba otra sobre el pecho, en el jersey.

"De España, nada"

Resistió al horror, tuvo suerte y tiempo para contarlo y prolongó el rastro colectivo de sus recuerdos, desde su condición de víctima, y en nombre de millones de aniquilados. La República Federal de Alemania (RFA), tras años de reclamaciones, le pasó 650 euros mensuales de indemnización. "De España, nada", recordó su viuda.

Aguirre deja muchos papeles por ordenar. En 2005 escribió al presidente José Luis Rodríguez Zapatero antes de que éste fuera al campo de exterminio. "Todo alemán de más de 60 años ha de conocer forzosamente la existencia de aquella infamia. Nos veían uniformados, famélicos, de un sitio para otro, en batallones de trabajo", decía sin angustia y amenidad. Los anarquistas de Palma de L'Estel Negre de la CNT le dieron cauce, y los cineastas y documentalistas Pedro de Echave, Luis Ortas y Albert Herranz recogieron su mirada en el excelente serial -notarial- de la televisión pública Mallorca TV Memoria y olvido de una guerra.

"Los SS amaban a sus hijos, escuchaban a Wagner y calculaban cómo era más rentable y rápida nuestra eliminación", lamentaba. Se fugó mientras era conducido al campo de Ebensee cuando llegaban las tropas estadounidenses para la liberación.

José Mari Aguirre nunca se despertaba sin toparse con un techo de plomo, escenas de pánico. En su cautiverio hinchaba los mofletes para no parecer famélico y esquivar la sentencia final y, además, tuvo la complicidad de un médico catalán, Pere Freixes, para evitar la inyección mortal de gasolina en el corazón. Su familia enterró la urna con sus cenizas al pie del limonero que veía desde la cama de su habitación, en la casita del barrio popular de Son Roca. Las últimas semanas, Aguirre recuperó cierta memoria del euskera y susurraba entre sus tinieblas a su madre muerta.

José Mari Aguirre Salaberría.

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