Editorial:

Curar o prevenir

La muerte de bomberos en los incendios forestales obliga a mejorar la prevención

La proliferación de incendios, que han quemado ya alrededor de 75.000 hectáreas este verano, conlleva esta vez un fenómeno preocupante: la reiterada muerte de personas ocupadas en las tareas de extinción. Ha sucedido en Tarragona, en Ávila, en Teruel y en Barcelona. Independientemente del grado de acierto, rapidez y coordinación de las fuerzas empleadas, que habrá que examinar en cada caso, no parece que en estas ocasiones sea útil recurrir al expediente, a veces populista, a veces demagógico, y las más inútil, de tirar por elevación. Sea contra la Administración responsable, para deteriorarla...

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La proliferación de incendios, que han quemado ya alrededor de 75.000 hectáreas este verano, conlleva esta vez un fenómeno preocupante: la reiterada muerte de personas ocupadas en las tareas de extinción. Ha sucedido en Tarragona, en Ávila, en Teruel y en Barcelona. Independientemente del grado de acierto, rapidez y coordinación de las fuerzas empleadas, que habrá que examinar en cada caso, no parece que en estas ocasiones sea útil recurrir al expediente, a veces populista, a veces demagógico, y las más inútil, de tirar por elevación. Sea contra la Administración responsable, para deteriorarla, o contra la legislación, para reforzar su presunta blandura frente a los pirómanos.

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La experiencia política y judicial generada por el incendio de Guadalajara, en 2005, ilustra que utilizar partidistamente estas desgracias es un sinsentido. Aquel suceso acabó con la dimisión de la consejera castellana de Medio Ambiente. Pero los jueces, pese al ruido orquestado por el principal partido de la oposición, sentenciaron que la única culpa debía recaer en el organizador de la barbacoa que prendió las llamas.

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De modo que la reflexión más útil es la que va al fondo del asunto. La facilidad con que se desatan los incendios tiene que ver con una fase climática que desde hace años registra un endurecimiento de los veranos: más secos, con temperaturas más altas y cambios bruscos del sentido del viento. Esta nueva situación obliga a modificar los enfoques clásicos, a poner ahora el acento más en prevenir que en extinguir. Las dotaciones de extinción empiezan a ser considerables; su trabajo, eficaz, dentro de un entorno azaroso; la coordinación entre servicios ha mejorado en general.

De modo que lo más urgente es la prevención, que suele olvidarse en los presupuestos de las administraciones. Para facilitarla, es esencial la limpieza de los bosques. De poco sirve mantener a raya las llamas un año si la maleza las alimenta al siguiente, en un ciclo maldito.

Pero esto es más fácil de enunciar que de ejecutar. La desaparición de la ganadería supone un contratiempo para el control y reducción del sotobosque. Así que habrá que articular estrategias que sustituyan su tradicional labor. Que impliquen a municipios y propietarios. Que si conviene, especialicen a ciertas unidades de los cuerpos de bomberos o de las guardias forestales. Es un trabajo de resultados lentos y a largo plazo. Pero indispensable.

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