Columna

El valor de la cultura

Una marca de coches utiliza el eslogan Lo quieres, lo tienes, el cual parece resumir exactamente nuestra época. Entre el brotar del deseo y su consecución, la distancia ha de ser mínima. De producirse una dilación, el deseo no se incrementa, sino que se extingue, fagocitado por otros más fácilmente alcanzables.

Nos hemos acostumbrado al todo es ya. Si antes para comunicarnos disponíamos del correo postal, que se demoraba días, ahora tenemos el veloz correo electrónico; si antes la noticia se reflejaba en el periódico al día siguiente, ahora la podemos leer al momento en lo...

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Una marca de coches utiliza el eslogan Lo quieres, lo tienes, el cual parece resumir exactamente nuestra época. Entre el brotar del deseo y su consecución, la distancia ha de ser mínima. De producirse una dilación, el deseo no se incrementa, sino que se extingue, fagocitado por otros más fácilmente alcanzables.

Nos hemos acostumbrado al todo es ya. Si antes para comunicarnos disponíamos del correo postal, que se demoraba días, ahora tenemos el veloz correo electrónico; si antes la noticia se reflejaba en el periódico al día siguiente, ahora la podemos leer al momento en los periódicos digitales; si antes pasábamos horas cociendo un sofrito, ahora lo conseguimos sólo con abrir una lata.

Reclamar la cultura gratis es una estupidez. Lo que no se paga pierde categoría y pronto es menospreciado

La inmediatez es el signo de los tiempos, lo cual, claro, tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Su mayor inconveniente es nuestra incapacidad para aplazar las gratificaciones. Su mayor ventaja, el ahorro de tiempo -un bien escaso- y la posibilidad de disfrutar de mayor número de experiencias.

Ese lo quieres todo, lo tienes todo aplicado a la cultura da como resultado las descargas por Internet. No hay espera: quieres ver esta película y te la bajas. ¿Por qué no? Disponer de esta herramienta tecnológica, una fantasía científica apenas 20 años atrás, que pone al alcance de todo internauta cualquier contenido cultural (música, películas, periódicos y, pronto, libros) de forma rápida y globalizada, es una de las mayores revoluciones a las que hemos podido asistir. Así que, por mucho que alguien se empeñe en lo contrario, esta práctica no será modificable. ¡No se le pueden poner puertas al campo!

Siguiendo la comparación entre publicidad y descargas culturales, existe otro anuncio, esta vez de una entidad bancaria catalana, que también resulta digno de mención ya que su lema parece ser el de los internautas del país: Lo quiero todo sin pagar nada. Y es que España se sitúa en uno de los primeros puestos en el ranking de la piratería mundial.

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Sin embargo, la gratuidad, a diferencia de la inmediatez, no parece ser el signo de nuestro tiempo. De hecho, ni del nuestro ni de ninguno, porque en el pasado, cuando no existían monedas, para conseguir un producto se recurría al trueque. Claro que una cosa es el intercambio, es decir, el comercio, y otra, bien distinta, es el robo.

La cultura debe ser gratis, defienden quienes no admiten que se califique como expolio la apropiación de lo que otras personas han creado y otras, aún, han producido. ¿La cultura, gratis?, me pregunto. ¿Y por qué no la comida, la educación, los programas informáticos, la gasolina, el agua o el calzado?

Reclamar la cultura gratis es una estupidez. Lo que no se paga pierde categoría y pronto es menospreciado. Es en ese contexto de desvalorización de la cultura en el que se mueven nuestros chicos y chicas, que llevan años oyendo cómo sus familias reclaman libros de texto gratuitos a la par que les compran zapatillas deportivas a precios de escándalo. Tal vez el escaso valor que se otorga a la cultura en nuestro país tenga algo que ver con los modestos resultados que esos mismos chicos y chicas obtienen en las pruebas de evaluación internacional de la OCDE (informe PISA).

Reclamar la cultura gratis es una estupidez también porque, en general, lo gratis no existe: alguien está pagando por usted. Por ejemplo, cualquier acto cultural de entrada a coste cero se realiza con dinero del contribuyente.

La solución no consiste en prohibir las descargas por Internet, sino tal vez en disponer de tiendas virtuales en las que se pague una por fichero bajado, es decir, iTunes sin monopolio y para todas las modalidades (libros, películas,...). O eso o llegar a un acuerdo con las operadoras para que fijen unas tarifas variables según el uso que cada internauta requiera de la Red. En uno u otro caso, una parte de los beneficios obtenidos habría de servir para compensar a las personas que crean, ya que sin ellas no hay contenidos, y sería también un estupidez pretender que hicieran su trabajo gratis.

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