Editorial:

Testimonio directo

Los forenses turcos del Yak-42 arrojan luz sobre el desastre de la identificación de las víctimas

El testimonio directo de dos forenses turcos en el juicio sobre la identificación y traslado a España de los restos de los 62 militares fallecidos en el accidente aéreo del Yak-42, fue algo que faltó en la laboriosa y accidentada instrucción del caso. Ahora, sin embargo, ha sido posible en la vista oral y pública que se celebra en la Audiencia Nacional, gracias al tesón y al esfuerzo de las familias de las víctimas. El hecho es una muestra de la capacidad de la justicia, a pesar de sus carencias, para establecer una verdad judicial coherente en un asunto enmarañado y políticamente man...

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El testimonio directo de dos forenses turcos en el juicio sobre la identificación y traslado a España de los restos de los 62 militares fallecidos en el accidente aéreo del Yak-42, fue algo que faltó en la laboriosa y accidentada instrucción del caso. Ahora, sin embargo, ha sido posible en la vista oral y pública que se celebra en la Audiencia Nacional, gracias al tesón y al esfuerzo de las familias de las víctimas. El hecho es una muestra de la capacidad de la justicia, a pesar de sus carencias, para establecer una verdad judicial coherente en un asunto enmarañado y políticamente manipulado desde el principio.

Hay que alabar la capacidad de reacción y sensibilidad del presidente del tribunal, Javier Gómez Bermúdez, para sustituir a los dos forenses turcos citados oficialmente como testigos, que no pudieron declarar, con otros dos propuestos por los familiares de las víctimas, no privando con ello a la causa de una prueba testifical relevante. El testimonio turco ha aportado al relato judicial una versión directa, independiente y en muchos puntos alternativa a la de los mandos militares sentados en el banquillo de los acusados: refuerza no ya la versión de la chapuza -un término harto complaciente para la gravedad de los hechos- sino la de su comportamiento profesional irresponsable y su falta de la más elemental sensibilidad humana, y avala las prisas con que actuaron, acuciados por la fecha inminente del funeral de Estado programado por el Gobierno de Aznar e incapaces de anteponer en esas circunstancias su deber profesional y el respeto debido a las víctimas. No parece, según este testimonio, que fueran estos motivos los que guiaron su actuación en esos momentos trágicos para la familia militar.

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Habrá que ver si el tribunal encuentra alguna relación causal entre la decisión política de traer los restos de las víctimas al apresurado funeral de Estado y la actuación de los acusados. Parece impensable que esa decisión incluyera -o se derivara de ella- algún tipo de aval a una identificación que no cumpliera con la ley y que, además, fuera engañosa. Pero al margen de lo que pueda o no decir el tribunal al respecto, la responsabilidad del entonces ministro de Defensa, Federico Trillo, como mínimo política, ha aparecido más clara y nítida según avanzaba el juicio. Mientras no se salde, a Trillo le será imposible librarse de la sombra del Yak-42 en su vida pública.

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