Crítica:

El dedo en la llaga

Desde el estreno de Perdido por perdido, en 1993, el cine del argentino Alberto Lecchi se ha hecho familiar en los cines españoles a través de una serie de películas presididas por la intención emocional, todas con coproducción española, que sin embargo derivaban hacia el lado más melifluo del cine argentino. Estamos en las antípodas de la experimentación formal de gente como Pablo Trapero, Lisandro Alonso, Lucrecia Martel o Lucía Puenzo. Las películas de Lecchi buscan a otro tipo de espectador, el que apela a la lágrima, la complicidad y la solidaridad, aunque lo raro es que ni uno de ...

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Desde el estreno de Perdido por perdido, en 1993, el cine del argentino Alberto Lecchi se ha hecho familiar en los cines españoles a través de una serie de películas presididas por la intención emocional, todas con coproducción española, que sin embargo derivaban hacia el lado más melifluo del cine argentino. Estamos en las antípodas de la experimentación formal de gente como Pablo Trapero, Lisandro Alonso, Lucrecia Martel o Lucía Puenzo. Las películas de Lecchi buscan a otro tipo de espectador, el que apela a la lágrima, la complicidad y la solidaridad, aunque lo raro es que ni uno de sus sucesivos trabajos (El dedo en la llaga, Operación Fangio y Nueces para el amor) haya tenido repercusión en España, a pesar de haber contado con el apoyo de variadas productoras.

EL FRASCO

Dirección: Alberto Lecchi. Intérpretes: Darío Grandinetti, Leticia Brédice, Martin Piroyanski. Género: drama romántico. Argentina-España, 2008.

Duración: 93 minutos.

Con El frasco, su nuevo trabajo, Lecchi vuelve a sus señas de identidad, aunque esta vez se ha deshecho de lo que mejor funcionaba en sus películas: la presencia de un cierto contexto histórico-social que ayudaba al entramado romántico general. Aquí sólo hay amor, una pizca de desolación por un pecado del pasado, y unas (risibles) gotas de humor pretendidamente excéntrico. Darío Grandinetti parece perdido ante un papel que le obliga a poner caras más que a interpretar, y la factura técnica, comandada por una fotografía deplorable, es de una ramplonería atroz.

Claro que, para desmentir todo lo anterior, película y director siempre podrán plantar en la cara del crítico su Espiga de Plata y su Premio del Público de la pasada Seminci de Valladolid.

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