Análisis:

De Lina Morgan al Living Theatre

La sala de la calle del Moro Zeit, cuyos orígenes se remontaban al siglo XIX, cuando José Zacarías Camaña, autor también de la fachada del Principal, construyó allí un teatro, nunca se quitó el aspecto un tanto triste de la drástica reforma que en los años cincuenta ejecutó el arquitecto Miguel Sanchis sobre el antiguo y deteriorado inmueble. Una segunda reforma en los años setenta contribuyó, acaso, a "modernizar" sus dependencias, lo que permitió un uso mucho más funcional. Faltaba poco para que lo que había sido sobre todo un espacio del teatro de comedia y variedades viviera su momento est...

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La sala de la calle del Moro Zeit, cuyos orígenes se remontaban al siglo XIX, cuando José Zacarías Camaña, autor también de la fachada del Principal, construyó allí un teatro, nunca se quitó el aspecto un tanto triste de la drástica reforma que en los años cincuenta ejecutó el arquitecto Miguel Sanchis sobre el antiguo y deteriorado inmueble. Una segunda reforma en los años setenta contribuyó, acaso, a "modernizar" sus dependencias, lo que permitió un uso mucho más funcional. Faltaba poco para que lo que había sido sobre todo un espacio del teatro de comedia y variedades viviera su momento estelar y pasara de Lina Morgan al Living Theatre casi sin solución de continuidad. Fue la época agitada y creativa de la transición y de la primera democracia la que obró el milagro de ver al mítico grupo de Julian Beck sobre el escenario de aquel teatro con forma de larga caja de zapatos, ubicado en pleno barrio de Velluters.

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Desde el rock orquestal autóctono de Coto-en-pèl a la dramaturgia de Adolfo Marsillach, pasando por cantantes de todos los registros, incluido Charles Aznavour, pasaron por el teatro Princesa espectáculos que marcaron el pulso cultural de su tiempo. Nunca dejó de ser una empresa privada quien lo gestionó y acabó sucumbiendo a finales de los años ochenta, víctima de una maldición que redujo los escenarios no institucionales de la ciudad casi al recuerdo.

Nadie ha sido capaz desde que cerró sus puertas de darle una salida en la dirección que recomendaba su respetable pasado y su ubicación en un lugar privilegiado del centro histórico de Valencia. Se intentó que acogiera el también desaparecido Teatre València, hubo propuestas de que se convirtiera en sede de un Teatro Nacional Valenciano, de la Filmoteca y hasta de lo que al final será la Torre de la Música que promueve la SGAE. Pero, como ha ocurrido con tantos cines de barrio, ha acabado siendo pasto de las llamas.

Y no será porque no ha habido reclamaciones surgidas del ámbito vecinal y de las filas de la política. Como en tantas cosas de esta Valencia de los grandes eventos y la gran promoción, todo el mundo estaba a favor de levantar sobre los despojos del teatro Princesa alguna dotación de tipo cultural. pero el edificio no dejaba de degradarse y, tan lejos como el mes de marzo de 2007, una jornada vecinal reivindicaba sin éxito de nuevo "el Princesa per al barri".

Ahora ya no queda nada. El viejo edificio, roído por las llamas, ha colapsado, dejando a las autoridades políticas de la ciudad y a los responsables culturales de la Generalitat en evidencia ante los rescoldos. Un final triste sobre el que sólo podría hacerse algo honorable: rescatar el espacio de una vez y levantar allí un centro cultural que haga honor a la memoria, al menos, de quienes pasaron por el teatro Princesa y que, como el actor Luis Nonell una noche de febrero de 1982 mientras interpretaba El diluvio que viene, o el okupa José Luis Enguídanos cuando la policía desalojó el inmueble en octubre de 1999, incluso murieron allí dentro.

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