Columna

La peatonalización

Aun cuando España va a la zaga en el uso de transportes no contaminantes, y la polución en Barcelona y Madrid son de las más altas de Europa, hay un dato que invita al entusiasmo; según el Observatorio de la Movilidad Metropolitana, Barcelona es una ciudad de caminantes, de gente que se mueve a pie; tenemos el 45,5% de peatones, una cifra contundente frente al 31,1% que tiene Madrid y el 26,7% de Zaragoza. El dato es alentador, no hay muchas ciudades en el mundo, de la talla e importancia de Barcelona, que puedan caminarse de pe a pa, del bar Mandri a, digamos, el restaurante Siete Puertas, y ...

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Aun cuando España va a la zaga en el uso de transportes no contaminantes, y la polución en Barcelona y Madrid son de las más altas de Europa, hay un dato que invita al entusiasmo; según el Observatorio de la Movilidad Metropolitana, Barcelona es una ciudad de caminantes, de gente que se mueve a pie; tenemos el 45,5% de peatones, una cifra contundente frente al 31,1% que tiene Madrid y el 26,7% de Zaragoza. El dato es alentador, no hay muchas ciudades en el mundo, de la talla e importancia de Barcelona, que puedan caminarse de pe a pa, del bar Mandri a, digamos, el restaurante Siete Puertas, y en esta condición tan ventajosa cuentan las dimensiones de la ciudad, su amable escala, pero también factores como el clima y la cantidad de rincones guapos que hay por todas partes. De acuerdo con el Informe sobre las políticas locales de lucha contra el cambio climático, una de las claves para bajar los índices de contaminación es la (no perderse la sonoridad morbosa de este palabro) peatonalización, es decir, que por ciertas calles no haya vehículos motorizados, sólo peatones peatonalizando de arriba abajo y, simultáneamente, abatiendo esos índices que nos tienen en la zaga de Europa. En el tema de las bicicletas, otro asunto coyuntural, el informe recomienda que, como lo hacen en la ciudad holandesa de Apeldoorn, estos vehículos tengan (atención con el palabro) prioridad semafórica. De manera que aupando un poco nuestra sólida peatonalidad e implementando, no será fácil, el semaforismo, respiraríamos un poco mejor. Pero mientras aquí debatimos sobre la movilidad ciudadana, sobre el transporte público y privado, y la velocidad, variable o no, a la que deben ir los coches, Sir Richard Branson, ese entusiasta empresario inglés que, entre otras cosas, nos dio un montón de alegrías con sus Virgin Megastores, ha implementado un raro avioncito de tres cuerpos que puede llevar pasajeros al espacio exterior. Mire usted, este avión de tres cuerpos sube, con sus pasajeros abordo, a 1.500 metros de altura, una cifra, digamos, normal; pero a partir de ahí, el cuerpo central aplica la velocidad match y se eleva, ya sin sus dos escoltas, hasta una altura de 110 kilómetros, el punto donde técnicamente comienza el vacío espacial, la ausencia de la gravedad y el flotar de las cosas y los cuerpos. Una vez alcanzado el punto de flotación, comienza el descenso y la reentrada a la órbita terrestre, un trámite que expone al cuerpo de los pasajeros a la temible fuerza 6G, que es, según se entiende, una atracción gravitacional seis veces más fuerte de la que estamos acostumbrados a resistir. Finalmente, el avión aterriza en un aeropuerto como cualquier nave comercial. ¿Y quién quiere experimentar la vida sin gravedad?, ¿a quién le apetece que su cuerpo, y sus partes, floten dentro de un avión donde simultáneamente van flotando otros cuerpos, con sus partes? Imaginemos la escena, no puede ser muy distinta de esta situación: a mitad de un vuelo de puente aéreo, de pronto, súbitamente, los pasajeros, y sus revistas y sus latas de Fanta y sus Kleenex arrugados y sus pastillas para el mareo, comienzan a flotar por toda la cabina. ¿Les parece esto agradable? Pues hay gente que ya ha pagado mucho dinero por tener esa experiencia, e incluso hay colas y listas de espera. Pero la cosa no es tan simple como pagar y abordar; el que quiera ir al espacio exterior tiene que someterse a una batería de pruebas físicas, con un viaje en simulador que expone al aspirante a fuerzas de 6G en el pecho y 3,5G en un eje, que a mí me parece una estaca, que va de la cabeza a los tobillos. Estas pruebas se hacen en un laboratorio de nombre Nastar y, según la información que han publicado, de 80 aspirantes sólo dos no han pasado las pruebas. Nastar también informa una cosa que ha reforzado mi antipatía por el proyecto: "El vómito ha sido virtualmente eliminado gracias a una combinación de dieta, medicamentos, entrenamiento y metodología". Eso de "virtualmente", virtually eliminated dice textualmente en inglés, deja un peligroso margen que, desde mi perspectiva herméticamente peatonalista, puede desanimar al astronauta más animoso, al más destacado gallito del espacio, al rey del mambo del hoyo negro y la sabrosa supernova; hagamos un mínimo esfuerzo de imaginación y veamos lo que será de los compañeros de aquel pasajero al que al final no le funcionó la combinación de dieta, medicamentos, entrenamiento y metodología: qué desastre.

Ir andando es la forma natural de desplazarse, y nos pone en contacto con la ciudad
Mientras unos impulsan la prioridad semafórica, otros promueven los vuelos comerciales por el espacio exterior

Tiene gracia cómo en el tema del transporte y la movilidad, mientras unos impulsan la peatonalización y la prioridad semafórica, otros promueven los vuelos comerciales por el espacio exterior; lo cierto es que, más allá de las peatonalidades y los semaforismos, el ir andando a algún sitio es la forma natural de desplazarse, está avalada por milenios y milenios de uso ininterrumpido y nos pone en contacto con la ciudad, y con nuestro propio discurrir mental, como ningún otro sistema, sea de 1 o de 6G.

Jordi Soler es escritor

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