Análisis:EL ACENTO

El peso de la letra muerta

Una dama o un caballero van creciendo, como les ocurre a todos los mortales, y un día reflexionan y llegan a la conclusión de que para nada, y deciden borrarse de la Iglesia a la que los apuntaron a través del bautismo, entonces, cuando sólo sabían poco más que respirar. Constatan que no tienen fe, e igual comprueban que tampoco comulgan con las cosas de esa institución a la que pertenecen. Y procuran quitarse: que se cancele su bautismo. Apostatar es el término que designa este gesto de punto final, que parece que tiene su lógica. Valdría para sostener semejante posición incluso ese burdo rec...

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Una dama o un caballero van creciendo, como les ocurre a todos los mortales, y un día reflexionan y llegan a la conclusión de que para nada, y deciden borrarse de la Iglesia a la que los apuntaron a través del bautismo, entonces, cuando sólo sabían poco más que respirar. Constatan que no tienen fe, e igual comprueban que tampoco comulgan con las cosas de esa institución a la que pertenecen. Y procuran quitarse: que se cancele su bautismo. Apostatar es el término que designa este gesto de punto final, que parece que tiene su lógica. Valdría para sostener semejante posición incluso ese burdo recurso al "porque me da la gana": al fin y al cabo si se tiene fe es porque uno quiere tener fe. La decisión de salirse de una iglesia (de un partido, de un sindicato, de un club) la entendería hasta un niño. Y de hecho, hasta ahora tanto los tribunales como la Agencia de Protección de Datos les daban la razón a los apóstatas.

El caso es que todo

lo que parece transparente y de sentido común se torna complicado en cuanto uno topa con la Iglesia. El Tribunal Supremo acaba de fallar a favor de esa institución, y contra el pobre mortal que quiere quitarse. No hay lugar para los apóstatas. Y del mismo modo que uno puede volverse loco para entender que Dios es uno y trino (por ejemplo), es un lío seguir las razones del alto tribunal: los libros de bautismo no son ficheros, dice la sentencia, "son una pura acumulación que comporta una difícil búsqueda, acceso e identificación", recogen "un dato histórico cierto" y su cancelación no corrige una inexactitud sino que solicita "un nuevo y diferente registro de datos personales". Oiga, ¡pero si yo sólo quería borrarme!

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Pues no señor. ¿Será que la Iglesia necesita conservar el peso muerto del número de bautizados para mantener la ilusión de seguir en la cresta de la ola y demostrar que este país sigue estando lleno de católicos? ¿O será que buscar a cada cual en un listado tan largo es de verdad un engorro? El Tribunal Supremo se ha manifestado, de la mano de la Ley de Protección de Datos, y se acabó con tanto formalismo de irse borrando de la Iglesia. Que a usted lo bautizaron es un "dato histórico cierto". Así que no meneemos el pasado.

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