Chabolas en medio de una laguna

Un poblado de la carretera de Valencia lleva tres días inundado

"¡Mira, mira al niño!". El bebé, de unos ocho meses, está desnudo y tiene una mezcla de pis y barro pegada a la espalda y a los muslos. "¡Necesitamos pañales!". María, "la madre de Bianca", amplía la información mientras rodea de puntillas un charco negruzco. La balsa marca la frontera entre una carretera de gravilla embarrada y las chabolas del asentamiento de El Gallinero, en uno de los extremos de la Cañada Real Galiana. Desde la madrugada del lunes, cuando una tromba de agua se desplomó sobre el este de Madrid, las frágiles construcciones de chapa casi están ocultas por dos enormes lagunas...

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"¡Mira, mira al niño!". El bebé, de unos ocho meses, está desnudo y tiene una mezcla de pis y barro pegada a la espalda y a los muslos. "¡Necesitamos pañales!". María, "la madre de Bianca", amplía la información mientras rodea de puntillas un charco negruzco. La balsa marca la frontera entre una carretera de gravilla embarrada y las chabolas del asentamiento de El Gallinero, en uno de los extremos de la Cañada Real Galiana. Desde la madrugada del lunes, cuando una tromba de agua se desplomó sobre el este de Madrid, las frágiles construcciones de chapa casi están ocultas por dos enormes lagunas. A la zona acudieron los bomberos el martes, y algunos autobuses se llevaron a varios niños al asentamiento de Fuencarral. Pero principalmente se ocuparon "de temas de tráfico" que afectaban a la carretera de Valencia, que quedó completamente sumergida. Esto lo explica un trabajador de una de las fábricas contiguas: "Parecen de otro mundo", dice con compasión. Nadie ha regresado. Ninguna señal de actividad administrativa. Sólo policía. "Nadie se acuerda de nosotros", gime como resumen una atareada mujer que muestra sus dientes de oro al lamentarse.

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De las dos charcas verdosas sobresale el capó de un coche o se remansa en una orilla, atrapada por espuma amarilla, un amasijo de madera y hierros. Las dos pozas tienen una profundidad mayor a un metro y un diámetro de cerca de un centenar. Son dos gigantes piscinas redondeadas llenas de basura en las que el agua burbujea estancada. Antes no estaban; sólo había toneladas de basura.

Las casitas, incursas en un procedimiento de desalojo desde hace varios meses paralizado por la activa participación de algunos voluntarios, se anegaron completamente. Por dentro tienen una superficie de unos doce metros cuadrados, y allí se apilan adultos, niños, familiares diversos y un mobiliario básico que se reduce a unos cuantos colchones. Cocinan fuera, en hogueras. Ahora, las pequeñas chabolas, unas 45 entre los dos núcleos que componen el asentamiento, están llenas de barro. El agua llegó a cubrir a sus moradores hasta la altura del pecho. Los niños tuvieron que ser rescatados.

Según se avanza hacia el interior del asentamiento, siguiendo el humo de las hogueras, empieza a cubrir cada vez más. El barro se convierte, directamente, en agua, y los residuos flotan alrededor de las casas. La gente se pasea con los pantalones hasta los muslos y las piernas ocultas por el nivel de la riada. Los niños, con apodos de futbolistas famosos -Maradona, Raúl, Rivaldo- chapotean desnudos, a veces sujetos a tablones, como náufragos. Las ratas muertas flotan; las vivas saltan de lado a lado, desde los tejados a los pequeños pasillos fangosos que quedan entre charca y charca.

"¡Avisen a alguien, ayúdennos!", suplican como despedida los habitantes mientras señalan el agua que rodea a las chabolas.

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Una de las lagunas que rodean el poblado chabolista.L. S.

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