Columna

Burriquín

Acaban de inaugurar un Burger King al lado de mi casa y las voces de alerta han empezado a sonar en mi cabeza. No porque esté en contra de los establecimientos de comida rápida, más bien todo lo contrario... Bueno, tampoco todo lo contrario... Me explico. La tentación de la hamburguesa barata y servida en pocos segundos es inmensa para un chico que vive solo, trabaja mucho en casa y al que le da pereza cocinar. Una hamburguesa cutrona es apetecible cuando su silueta aparece en tu mente y decides bajar a por un menú con aros de cebolla y Coca Cola.

Cuando estás en la cola de pedidos, la ...

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Acaban de inaugurar un Burger King al lado de mi casa y las voces de alerta han empezado a sonar en mi cabeza. No porque esté en contra de los establecimientos de comida rápida, más bien todo lo contrario... Bueno, tampoco todo lo contrario... Me explico. La tentación de la hamburguesa barata y servida en pocos segundos es inmensa para un chico que vive solo, trabaja mucho en casa y al que le da pereza cocinar. Una hamburguesa cutrona es apetecible cuando su silueta aparece en tu mente y decides bajar a por un menú con aros de cebolla y Coca Cola.

Cuando estás en la cola de pedidos, la idea sigue sonando bien. Suena estupenda incluso cuando abres el papelito que envuelve el exiguo trozo de carne embadurnado de salsa y puesto entre pan y pan. Pero cuando te has comido tu menú y ves los restos de mayonesa y pepinillo de la hamburguesa, te sientes fatal, incluso culpable (esto pueden achacarlo a mi educación jesuítica). "¿Qué he hecho?", te dices. "Podría haberme preparado una ensalada en casa, o unos espaguetis, o una pechuga de pollo"... Consideras que caer en la tentación de la hamburguesa es un error y prometes no volver a rendirte a los pasajeros atractivos de la comida rápida. Pero, seguramente, dentro de una semana o menos, echarás un vistazo a tu nevera vacía y decidirás bajarte a por un Whooper o un McMenú.

Me como una hamburguesa, no me gusta la experiencia y vuelvo a repetir

Mi problema con las hamburguesas no es en realidad el que preocupa a, según parece, la mayoría de la gente. Acabo de leer el último libro del cocinero Santi Santamaría, en el que dedica gran parte de su discurso a demostrar lo mala que es la comida rápida, en términos de calidad y sanidad. Llámenme inconsciente, pero a mí lo que me preocupa no es que haya leyendas urbanas sobre empleados que no se lavan las manos al preparar una cheeseburger o acerca de pollos mutados genéticamente para ser más carnosos. Lo que me preocupa es que me como una hamburguesa, no me gusta la experiencia y vuelvo a repetir. Me inquieta caer dos, tres, cuarenta veces en la misma piedra.

Algunas veces me da por colocarme en dilemas que no existen pero que me gusta imaginar: ¿qué preferiría comer: una lubina fresca o una hamburguesa con queso y bacon? Un sentimiento de terror me sobreviene cuando me doy cuenta de que pienso: "Sí, una puñetera hamburguesa, la prefiero a un buen pescado". No siempre me da por la herejía gastronómica (en serio, muchas veces en estos retos mentales elijo la lubina) pero el factor fast-food creo que tiene algo que ver con una ansiedad común a mi generación. Y claro, luego está que lo mejor que sienta cuando tienes una resaca de mil pares de narices es una hamburguesa doble con una Coca Cola gigante. Eso sí que entra bien cuando te despiertas con clavo. Es un hecho científico comprobado.

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