Análisis:EL ACENTO

Donde habitan las multas

Onzonilla, un pueblo a 14 kilómetros de León, es la capital española de las multas. La Dirección General de Tráfico ha construido allí un complejo informático futurista llamado Centro de Tratamiento de Denuncias Automatizadas en el que se procesan las infracciones recibidas desde los 200 radares fijos instalados en las carreteras. Todo dura un suspiro en comparación con la tradicional inclinación al remoloneo de la burocracia española: desde que se recibe la denuncia hasta que el presunto infractor recibe la notificación apenas pasan 72 horas. Para pasmo del público en general y de los sancion...

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Onzonilla, un pueblo a 14 kilómetros de León, es la capital española de las multas. La Dirección General de Tráfico ha construido allí un complejo informático futurista llamado Centro de Tratamiento de Denuncias Automatizadas en el que se procesan las infracciones recibidas desde los 200 radares fijos instalados en las carreteras. Todo dura un suspiro en comparación con la tradicional inclinación al remoloneo de la burocracia española: desde que se recibe la denuncia hasta que el presunto infractor recibe la notificación apenas pasan 72 horas. Para pasmo del público en general y de los sancionados en particular, aseguran que ese nido informático de ciencia-ficción puede tramitar hasta cuatro millones de denuncias al año. El progreso no se detiene, pero en algunos usos avanza a velocidad de vértigo, mientras que en otros, como en el mantenimiento de las carreteras, es penosamente lento. ¿Por qué será?

El título de capital de las multas otorga flaco favor en un país que todavía produce conductores orgullosos de circular a 270 kilómetros por hora. Los automóviles de alta gama, las ganancias fáciles del ladrillo, la proliferación de autovías y la sensación tan carpetovetónica del "a mí nunca me han pillado" han fabricado un casticismo irreductible que rinde culto al exceso de velocidad y a los adelantamientos por la derecha. Onzonilla debería reclamar un plus de peligrosidad, algo como las inversiones generosas que reciben los municipios con central nuclear.

No hay por qué limitar los prodigios informáticos a las miserias del tráfico. También podrían utilizarse para detectar la ignorancia pedante de muchos diputados, los plagios de los escritores, los lugares comunes de los columnistas o tertulianos, las estridencias obscenas de los programas del corazón y las flatulencias mentales de futbolistas o directivos. En 72 horas, notificación al canto sobre la estupidez perpetrada. Una sanción no deberían recibir, pero sí al menos un apercibimiento. Y después, que se pueda consultar el expediente completo en Internet.

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