LA COLUMNA | OPINIÓN

Y la noria gira

La vida política del lehendakari Ibarretxe pendía de un hilo, el que le tenía suspendido de la dirección de ETA. Si ETA hubiera decidido que ningún miembro de su terminal en el Parlamento Vasco hubiera votado a favor del proyecto de ley de convocatoria y regulación de una consulta popular al objeto de... etcétera, etcétera, Ibarretxe sería hoy un cadáver político, un personaje del pasado, un dirigente obcecado que no dudó en ponerse la soga al cuello al comprobar que sus delirios tropezaban una y otra vez con la realidad que tenía ante los ojos: que el PNV y sus tristes coligados no cue...

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La vida política del lehendakari Ibarretxe pendía de un hilo, el que le tenía suspendido de la dirección de ETA. Si ETA hubiera decidido que ningún miembro de su terminal en el Parlamento Vasco hubiera votado a favor del proyecto de ley de convocatoria y regulación de una consulta popular al objeto de... etcétera, etcétera, Ibarretxe sería hoy un cadáver político, un personaje del pasado, un dirigente obcecado que no dudó en ponerse la soga al cuello al comprobar que sus delirios tropezaban una y otra vez con la realidad que tenía ante los ojos: que el PNV y sus tristes coligados no cuentan con mayoría absoluta para echar ese tipo de órdagos al Estado.

Pero el lehendakari no estaría más vivo políticamente si, a sabiendas de que su proyecto de ley sólo podía salir adelante con el voto prestado por ETA, hubiera dado marcha atrás y no lo hubiera presentado ante el Parlamento Vasco. Ibarretxe se había comprometido a convocar un pleno extraordinario que aprobara esa virguería de consulta para celebrar un referéndum si el Gobierno no aceptaba su extravagante oferta de pacto político. Como el Gobierno, que desde la quiebra del proceso de paz ha vuelto a sus cabales en esta cuestión, no lo aceptó, Ibarretxe no hubiera tenido otra salida que disolver el Parlamento y convocar elecciones en el peor momento posible para su propio partido: derrota segura.

Y fanático será el hombre, pero maniobrero nunca ha dejado de serlo. Ibarretxe no podía disolver ahora; para no disolver, necesitaba presentar su plan y que el Parlamento Vasco lo aprobase. Como eso no dependía de él ni del voto cautivo de Madrazo, necesitaba perentoriamente el voto de ETA. Uno sólo, por favor, no vaya a ser que nos manche el alma. Pero de ese uno pendía todo, incluso el texto mismo de la convocatoria, que evita condenar a ETA ni por derecho ni por torcido. De ese uno pendía también la vida política de Ibarretxe, que mientras tanto se llevó por delante al anterior presidente de su partido para que ocupara su lugar el más dúctil Iñigo Urkullu, que va por ahí explicando la "paradoja extraña" de la situación político-institucional de Euskadi.

De manera que, silenciadas las voces críticas, obsecuente el amigo EB, y con el voto prestado de ETA, Ibarretxe ha sacado adelante su proyecto de ley 9/2008. Bien por Ibarretxe: es una gran proeza. Que le permite retrasar la disolución del Parlamento a un horizonte más propicio para sus perspectivas electorales. En resumen, ha ganado tiempo. Pero no basta el tiempo, aunque para él era imprescindible ganarlo. El tiempo, en política, hay que llenarlo de algo, sea lo que fuere. Ibarretxe se dispone a llenarlo de una materia en la que es experto: presentar ante el mundo al Pueblo Vasco como víctima de un ataque antidemocrático y antiético del Estado español. Urkullu será de gran utilidad en la tarea: ya va diciendo por ahí que si la ciudadanía vasca lo quiere, "las amenazas de los gobernantes españoles y las sentencias de sus tribunales serán papel mojado".

Con esas, el PNV vuelve a meterse, no en una espiral como dicen sus dirigentes, sino en una noria, que gira y gira para encontrarse otra vez en el mismo sitio. Los datos están ahí, inconmovibles: los nacionalistas sólo alcanzarían una mayoría absoluta, y aún estaría por ver, si se presentaran en un frente unido PNV-EA-ETA. Fue lo que se intentó con el pacto de Lizarra, con los resultados conocidos. Sin la tercera pata del banco, la pata que mata, los nacionalistas vascos, divididos por ancestrales líneas de fractura, no son mayoría. Han dispuesto de años de gobierno, han trenzado bien engrasadas redes caciquiles, han recurrido al palo y a la zanahoria, y nada, no lo consiguen. ¿Podrán esta vez?

Éste es el sueño del lehendakari. Sabe bien que su consulta ha salido adelante por razones tácticas de la banda terrorista; sabe que será declarada inconstitucional; sabe que, tras ese nuevo fiasco, tendrá que convocar elecciones. Todo eso lo sabe. Y sueña que, como en 2001, un sector del voto controlado por ETA se trasvase a la limitada corriente de su propio río y le proporcione otra vez la mayoría relativa para gobernar, con Ezker Batua de pariente, peor que pobre, pedigüeño. Y la noria volverá a girar, y el lehendakari volverá a plantear otra hoja de ruta para ver si de allí a unos años, cuando el Gobierno rechace su enésima oferta de pacto, el Parlamento Vasco aprueba, con un voto de ETA -uno sólo, por favor, que mancha- otra ley de convocatoria y regulación de una consulta popular al objeto de... etcétera, etcétera.

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