Editorial:

El regreso de Damasco

La Unión por el Mediterráneo es una incógnita. Pero la presencia siria en París es alentadora

El tiempo sentenciará si la Unión por el Mediterráneo lanzada por el presidente francés con gran fanfarria va a ser un gigantesco y efímero ejercicio de relaciones públicas o, por el contrario, instrumento real de cooperación entre Europa, el norte de África y Oriente Próximo, capaz de atemperar algunos de los más enconados conflictos de la región. La iniciativa tan querida por Nicolas Sarkozy es, en cualquier caso, un intento oportuno para revitalizar, 13 años después, un proceso de entendimiento, el de Barcelona, que no satisfizo las expectativas alumbradas.

Las presiones de algunos d...

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El tiempo sentenciará si la Unión por el Mediterráneo lanzada por el presidente francés con gran fanfarria va a ser un gigantesco y efímero ejercicio de relaciones públicas o, por el contrario, instrumento real de cooperación entre Europa, el norte de África y Oriente Próximo, capaz de atemperar algunos de los más enconados conflictos de la región. La iniciativa tan querida por Nicolas Sarkozy es, en cualquier caso, un intento oportuno para revitalizar, 13 años después, un proceso de entendimiento, el de Barcelona, que no satisfizo las expectativas alumbradas.

Las presiones de algunos de sus socios en la UE han rebajado mucho las pretensiones y el alcance del proyecto de Sarkozy, sobre todo su francocentrismo. El nuevo club mediterráneo no se circunscribe por parte europea a los países con riberas en ese mar, como quería París. Y su ámbito, lejos de la grandeur geopolítica, se limita a modestos proyectos de cooperación, como la descontaminación ambiental o la cultura. Pero la reunión coreografiada en la capital francesa ya ha alumbrado un hecho tan alentador como el aparente final del ostracismo internacional sirio.

Sarkozy entiende, pese al baldón que pesa sobre el régimen de Bachar el Asad, que el rescate de Siria es un argumento principal en Oriente Próximo. Damasco no sólo es decisivo en los acontecimientos de Líbano, país con el que, en un gesto sustantivo, se ha comprometido, tras décadas de vasallaje, a intercambiar embajadas. Juega también un papel determinante en su relación con los extremistas palestinos de Hamás, dueños de Gaza, y es interlocutor directo, y casi exclusivo en la zona, de Irán. En los últimos meses, el monolítico régimen baazista ha dado muestras de buscar oxígeno exterior, sea por su diálogo indirecto con Israel, vía Turquía -que no es ajeno al intercambio de prisioneros de ayer con Hezbolá-, sea por su apoyo a las negociaciones que han permitido el reciente Gobierno de unidad en Beirut.

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El arco que va de Marruecos a Turquía está plagado de conflictos. Algunos tan intratables como el que enfrenta a Israel y los palestinos. La UE no está libre de ellos. Con todas sus formidables carencias, en esta región estigmatizada como foco de inestabilidad, terrorismo y emigraciones masivas, algo se mueve, y no sólo un crecimiento económico que en muchos países supera el 4%. Va en beneficio mutuo que la vieja Europa se tome en serio el sur del Mediterráneo.

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