Crónica:LA CRÓNICA

Las aspas de la esperanza

El otro día, y nada menos que en la rutina de una rueda de prensa, recordé los años que se han ido y los primeros tiempos de Escamillo, que un día fue joven y tuvo un chorro de voz y unos ojos que miraban al cielo, hasta que la profundidad del pequeño escenario lo devoró, lo hizo suyo y del tiempo que no vuelve. Y recordé la canción canalla de las chicas del conjunto, canción que subía con la luz hasta el humo azul del último palco: "La banana pa comerla / hay que quitarle la piel / si usted quiere se la pelo / y me la como después". Y recordé a Lidia, la compañera de Jonson (Lidia se casaría ...

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El otro día, y nada menos que en la rutina de una rueda de prensa, recordé los años que se han ido y los primeros tiempos de Escamillo, que un día fue joven y tuvo un chorro de voz y unos ojos que miraban al cielo, hasta que la profundidad del pequeño escenario lo devoró, lo hizo suyo y del tiempo que no vuelve. Y recordé la canción canalla de las chicas del conjunto, canción que subía con la luz hasta el humo azul del último palco: "La banana pa comerla / hay que quitarle la piel / si usted quiere se la pelo / y me la como después". Y recordé a Lidia, la compañera de Jonson (Lidia se casaría años más tarde con un viudo ilustre llamado Ricardo Zamora) y por supuesto a Jonson, hombre de varios sexos ("rey del Molino soy"), quien llevaba el pasado en su mirada perdida: "Aunque dicen sin razón / que soy un gran... bribón / las chicas guapas me gustan con pasión". Cuando alguien del público le insultaba llamándole maricón, Jonson le contestaba con desparpajo: "Tú calla, que al salir de aquí serás mío".

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Recordé, cómo no, el viejo can-can, apenas tolerado entonces por la censura oficial, con sus mujeres que enseñaban piernas e interioridades de salón privé; y los muslos de Maty Mont, y las canciones de La Maña, y el silencio sideral de la calle cuando, después de la sesión, por el Paral·lel no pasaba un tranvía y en el nacimiento de la calle de Roser sólo quedaban tres cosas: la soledad de la noche, una vieja en busca de un portal para huir del frío y una muchacha en busca de un cliente para quemar su última esperanza.

(Perdón, he olvidado decirles que la rueda de prensa nostálgica era para jurarnos a todos que El Molino abrirá otra vez).

Recuerdo, claro que sí, los cuplés de Bella Dorita, que llevaba en su boca la historia del Paral·lel, su boca grande de voz pastosa que arrastraba en su profundidad toda la alegría y toda la muerte de la noche y la juventud que pasa: "Ha venido el electricista / a mirarme el contador / y me ha dicho que lo tengo / muy requetesuperior / Sólo le encuentro un defecto / que es muy fácil remediar / un agujerito en medio / pero que él puede tapar".

El Paral·lel era entonces el reino de la noche en una Barcelona sufrida y endurecida, pero que aún quería cantar y vivir. Tenía los dos cafés más grandes de Europa (el Cómico y el Condal), seis cines (todos desaparecidos) y unos teatros universales por los que pasaban el chorro de la vida y la mentira de la noche. El Español, en el que imperaban Los Vieneses, y el Cómico, viejo reino de Alady y Conchita Leonardo, donde las piernas de Carmen de Lirio fueron nombradas piernas de emperatriz, y donde nació la leyenda de un gobernador civil de la época que las cubría con flores. Carmen de Lirio, por si acaso, avisaba: "Quiero un millonario / que me vuelva loca / sólo de pensarlo me muero por éeeel / Si tiene usté en el banco / guardado lo que sea / lo pone usté a mi nombre / para que yo lo creaaaa...". Y el Paral·lel tenía también, cómo no, las terrazas de la pobreza que querían ser las terrazas de la alegría: por ejemplo, las mesas del café Sevilla, donde las damiselas del placer se sentaban acompañadas por sus madres, reales o presuntas, porque así la tarifa aumentaba. Y hasta los domingos por la mañana había una orquestina en la calle, donde escuchaban gratis las melodías los abnegados varones que no podían pagarse un café.

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Pero el alma de todo aquello estaba en El Molino, en sus viejas aspas hoy muertas, que entonces giraban para la esperanza. El Molino fue la primera escuela de sexo, hoy que abundan tanto. Las coristas cantaban a los matrimonios de las últimas filas: "Traed a los maridos, traedlos, que nosotras os los preparamos". Fue una gran escuela musical, aunque parezca mentira. Los viejecitos de la primera fila que casi mordían las piernas de las coristas, confesaban: "No piense mal, yo sólo vengo aquí por la música". Y era, en fin, lugar de desmadre capitalista. En las sesiones de tarde (entonces se trabajaba a tutiplén) todo el público estaba formado por estudiantes que sólo pedían "champán de la casa" (gaseosa) con un derroche de dos pesetas.

Todo esto se lo he contado a ustedes, amigos y amigas, porque en la rueda de prensa juraron que este mes ya empezaban las obras para reabrir El Molino. Como viejo amigo de la esperanza lo celebraré por todo lo alto, aunque si soy yo el que canta los cuplés, no vendrá nadie.

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