Columna

Huelgas de rompe y rasga

Groucho Marx acostumbraba decir que él tenía unos principios, pero que si a alguien no le gustaban, tenía otros, y la verdad es que esa broma podría ser el retrato-robot de tanta gente que casi da miedo pensar en la cantidad de personas que uno se cruza en su vida, dispuestas a que todo lo que hacen dependa de las circunstancias y cambie según de qué lado sople el viento. De hecho, si los seres humanos en lugar de ser mamíferos fuésemos una fruta, tendríamos siempre una mitad verde y la otra roja, por si acaso. La moral es un líquido que toma la forma de la botella en la que lo quieras echar, ...

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Groucho Marx acostumbraba decir que él tenía unos principios, pero que si a alguien no le gustaban, tenía otros, y la verdad es que esa broma podría ser el retrato-robot de tanta gente que casi da miedo pensar en la cantidad de personas que uno se cruza en su vida, dispuestas a que todo lo que hacen dependa de las circunstancias y cambie según de qué lado sople el viento. De hecho, si los seres humanos en lugar de ser mamíferos fuésemos una fruta, tendríamos siempre una mitad verde y la otra roja, por si acaso. La moral es un líquido que toma la forma de la botella en la que lo quieras echar, ni más ni menos.

Juan Urbano pensó en eso al leer sucesivamente las noticias que hablaban del futuro anillo ciclista que rodeará Madrid y de la huelga de los controladores de los parquímetros, que piden un aumento del veinte por ciento en su sueldo para convertirse en mileuristas, más seguridad y mejores uniformes, entre otras cosas. Imagínense cómo estará la economía si uno tiene que manifestarse para ser mileurista, en lugar de para dejar de serlo.

¿Y si en lugar de protestar arrojando los alimentos a la vía pública los donaran a Unicef?

Lo que le había llamado la atención de ese conflicto, sin embargo, era la forma en que los vigilantes de los parquímetros se habían transformado en sus saboteadores, a base de sellar las máquinas para impedir que los conductores abonaran los tiques. Algo que le hizo pensar en esas imágenes que se repiten a menudo, y que a él tanto le desagradan, de agricultores o ganaderos que tiran naranjas o leche al suelo para protestar, con toda la razón del mundo, por el precio que les pagan a ellos por sus productos y el precio que valen después en los mercados. Será un inocente, pero el caso es que cada vez que ve toda esa comida desperdiciada no puede evitar ponerse a pensar en la cantidad de niños que se mueren de hambre en este planeta. ¿Y si en lugar de protestar arrojando los alimentos a la vía pública lo hicieran donándola a Unicef o a la Cruz Roja, por poner un ejemplo?

A Juan Urbano no le gusta que manifestarse consista en romper, manchar y quemar, en vez de consistir en desvelar abusos, exponer reivindicaciones y exigir los derechos que tantas veces, desde tantos ángulos y con tanta impunidad se vulneran. Es decir, que aunque esto jamás se atrevería a decirlo en público, interiormente no le gusta que las huelgas de limpieza se hagan llenando las calles de basura o las del Metro provocando averías en los trenes, porque eso sería como si los maestros, cuando convocan un paro, enseñasen mal a propósito los verbos irregulares a sus alumnos, o les dieran soluciones falsas a las raíces cuadradas. O como si los médicos, que también tienen derecho a quejarse, infectaran los quirófanos y le desatornillaran las ruedas a las camillas para pedir un aumento de sueldo.

Hay algo desasosegante en ver a alguien tirar piedras contra su tejado o se convierte en un marinero que le hace agujeros a su barco en medio de la tormenta, y a Juan Urbano también le perturbó ver a los operarios del SER inutilizando los parquímetros, aunque desde luego lo hicieran de forma civilizada, sustituyendo por cinta adhesiva los martillos que usaron en su momento los vecinos que se oponían a las plazas de aparcamiento en sus barrios. Tal vez es que ocurre eso, que las circunstancias te obligan a cambiar de ejército en medio de la batalla, como le ocurre, sin ir más lejos, a los políticos de nuestra Comunidad, que es el otro asunto en que se detuvo Juan, al leer las declaraciones de Alberto Ruiz-Gallardón sobre el anillo ciclista, cuando el rector de la Universidad Complutense dijo que un supuesto carril-bici que fuera de Cibeles a la Moncloa pasando por Génova, llevaría escrito en su asfalto el nombre del regidor, que respondió que aquí el que sabe de ciclismo es Rajoy y los demás son el pelotón. Qué bonito y cómo describe el dijediego del PP, donde el alcalde, que era el rival del presidente de su partido, ahora está tan cerca de él que cualquier día van a salir de casa dentro del mismo traje, una manga para cada uno; y la presidenta, que era su antigua mano derecha, se ha transformado en la mano que lleva el palo para metérselo en la rueda y hacer que se caiga. Sin duda, el mundo está hasta arriba de individuos para los que no hay palabra más útil en todo el diccionario que la palabra depende.

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Y ni siquiera podemos decir eso de "si Groucho levantara la cabeza...", porque como todo el mundo sabe, es un tipo en cuya tumba está escrito "perdonen que no me levante". Es lo malo de morirse, que no puedes volver a cambiar de principios nunca más.

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