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A medida que Barack Obama va marcando puntos en su largo combate con Hillary Clinton, la obamitis va extendiéndose por Europa. Veltroni fue el primero en intentar coger la estela del nuevo rostro de la política americana, de modo que la izquierda italiana ha pasado en poco tiempo del "viva Zapatero" al "lo podemos conseguir". En realidad, lo de Obama, al fin y al cabo, es una cuestión de estilo, y tiene mucho en común con el talante que hizo victorioso al presidente español. En España sabemos cuán efímeras son estas formas de empatía mediática; esperemos que el estilo Obama no desaparez...

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A medida que Barack Obama va marcando puntos en su largo combate con Hillary Clinton, la obamitis va extendiéndose por Europa. Veltroni fue el primero en intentar coger la estela del nuevo rostro de la política americana, de modo que la izquierda italiana ha pasado en poco tiempo del "viva Zapatero" al "lo podemos conseguir". En realidad, lo de Obama, al fin y al cabo, es una cuestión de estilo, y tiene mucho en común con el talante que hizo victorioso al presidente español. En España sabemos cuán efímeras son estas formas de empatía mediática; esperemos que el estilo Obama no desaparezca, como el talante, en la primera curva del poder. En plena obamamanía, hasta Artur Mas se ha apuntado a la última figura que América ha lanzado al estrellato. Artur Mas siempre ha tenido una querencia por los demócratas americanos -hoy es Obama, ayer fue Gore-, como si buscara en ellos la manera de hacer compatible el liberalismo y el comunitarismo nacionalista.

La política europea es tierra muy gastada. El empeño en desmantelar el Estado de bienestar ha generado un malestar del que los políticos reciben las consecuencias. Hay una sensación de anquilosamiento que nadie sabe cómo romper, mientras el populismo de extrema derecha -que en España es la única derecha que tenemos- va ocupando el vacío que ha dejado tanto discurso de desprestigio de la política, tanta insistencia en la ineficiencia del Estado. Un año atrás irrumpió al galope Sarkozy, y la derecha se quedó sin manos de tanto aplaudir. Era un candidato sin complejos que se convirtió en un presidente omnipotente al que no debía resistirse nada, ni el corporativismo francés, ni las dificultades de los ciudadanos para llegar al final de mes, ni el malestar de las periferias urbanas. Parecía que, por el sólo hecho de llegar al Elíseo, la economía francesa se dispararía y las puertas del cielo se abrirían porque los franceses se pondrían a trabajar como no lo habían hecho nunca. La señora Merkel nunca perdió la compostura, pero las derecha sureñas, y en especial la española, la más ruda, aplaudían a rabiar, como si Sarkozy les tuviera que ganar las elecciones en España. Por fin, un fino espíritu francés diciendo las cosas por su nombre; es decir, por el nombre que la derecha le gusta que tengan: a los inmigrantes, ilegales y sospechosos,y a los marginados, maleantes, y dividiendo la sociedad entre los que quieren trabajar y los que no. Sarkozy ha sido abrasado por los códigos del lenguaje televisivo que creía dominar como nadie. Y súbitamente a la derecha española le ha entrado una extraña amnesia. ¿Sarkozy? ¿De quién están hablando?

Frustrado el espejismo sarkoziciano, la derecha ha vuelto a lo de siempre: a estimular las paranoias de los ciudadanos. A crear y magnificar problemas, en vez de resolverlos, con la esperanza de que el miedo eche a la gente en sus brazos. Y así se promete una ley especial para castigar a los niños que cometen delitos graves, cosa que se da rarísimas veces, o sancionar cosas que ya están sancionadas, como si la poligamia fuera en España una realidad cotidiana. Emigración y seguridad son los terrenos favoritos de una derecha que siempre me ha sorprendido por el desprecio que siente por la gente vulnerable.

En éstas, la izquierda europea descubre a Obama. Obama es la incorporación de la sensibilidad y la sentimentalidad en política, uno de los puntos débiles del pensamiento crítico. Obama es la empatía con los ciudadanos y sus dificultades después de tantos años de encanallamiento de la política, tanto a nivel español, por la furia del aznarismo, como a nivel internacional, por la revolución conservadora americana, dos maquinarias construidas sobre el principio de que la política es la lucha a muerte entre el amigo y el enemigo. Programa por programa, la izquierda europea debería sentirse más cercana al fracasado Edwards que a Obama. Pero éste ofrece optimismo y alegría contagiosa, dos cosas que parecían desterradas de la política de la vieja Europa. Y ofrece futuro en tiempos de presente continuo. Lo que suena muy bien en un momento en que la izquierda europea, que ha permitido que le emborronaran la bandera del Estado de bienestar, no sabe qué nueva enseña coger y se apunta al más socorrido de los recursos políticos: menos impuestos para todos. Obama es un alivio. Pero de nada servirá el alivio si luego no se transforma en políticas. El rápido hundimiento de la sarkomanía o lo pronto que se agotó el talante dan pistas muy precisas: el cambio de estilo es útil para llegar al poder, pero no basta para gobernar. Obama es el síntoma del agotamiento de un paradigma, pero para abrir uno nuevo habrá que dotarlo de contenido. Dichosos tiempos estos en que la ilusión viene de América.

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