Análisis:LLAMADA EN ESPERA

Ser héroe

Un día de enero se inauguraba en Nueva York cierta muestra de título escueto, informativo, insólito: Del 5 al 31 de enero de 1969. Su autor, el conceptualizante Douglas Huebler, no daba lugar a equívocos en su declaración de intenciones: el mundo estaba demasiado lleno de objetos, no quería añadir ninguno.

Y no hubo objetos en aquella muestra. Hubo sólo un catálogo que auguraría algo decisivo en el Nueva York de los setenta. Corrían vientos de revolución que estaban a punto de impregnar a su flamante escena artística. Había que ser radicales. Y hasta marginales. "Sé marginal, sé ...

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Un día de enero se inauguraba en Nueva York cierta muestra de título escueto, informativo, insólito: Del 5 al 31 de enero de 1969. Su autor, el conceptualizante Douglas Huebler, no daba lugar a equívocos en su declaración de intenciones: el mundo estaba demasiado lleno de objetos, no quería añadir ninguno.

Y no hubo objetos en aquella muestra. Hubo sólo un catálogo que auguraría algo decisivo en el Nueva York de los setenta. Corrían vientos de revolución que estaban a punto de impregnar a su flamante escena artística. Había que ser radicales. Y hasta marginales. "Sé marginal, sé héroe", anunciaba la serigrafía de 1968, del brasileño Helio Oiticica, por aquellos años no lejos de Londres, donde instalaría Tropicalia, una obra que apelaba a las sensaciones; para usar, sentir, habitar.

En un momento como el presente, que ha convertido la cultura en mercancía y a los intelectuales en animadores, valdría la pena preguntarse qué hubiera pensado Oiticica -y hasta Debord y su "sociedad del espectáculo" , la nuestra- si hubiera asistido a la actual saturación de eventos culturales. En este contexto de excesos, de superávit, de colmo... en el cual cada ciudad tiene su bienal, las cosas han dejado de ser especiales. Porque demasiado sobra, todo se da por hecho.

Lo comprueba el visitante de cualquier acontecimiento. Tras los días de la apertura rebosantes de expertos, periodistas, invitados, las visitas se dosifican y los curiosos desperdigados hacen temer, con profunda nostalgia, que las cosas se organizan para esos pocos que viajan y se atarean yendo de las bienales a las documentas, a las ferias. Algunos han empezado a llamarlo

grand tour y no andan desencaminados: la maniobra, ahora como hace dos siglos, habla de un ocio minoritario y su prestigio social.

Esa reflexión hace más deslumbrante si cabe la propuesta para la actual Bienal de São Paulo que no es sino una respuesta al exceso imperante. Su comisario, Ivo Mesquita, ha decidido vaciar la bienal. O casi, pues nada tiene que ver su intención con las estrategias conceptualizantes al uso, que en su despojamiento monacal han terminado por ser la quintaesencia del consumo en tanto consumo sin producto, puro proceso, igual que los perfumes "con olor a garaje": radical chic con más de chic que de radical.

Mesquita "vacía" la bienal para llenarla de la bienal misma, dado que el proyecto incluye documentación sobre su historia, foros de debate, propuestas de artistas que repensarán el archivo y lo que implica en las construcciones de la ficción y la verdad. Será, además, un espacio participativo, para vivirse y ser usado como Tropicalia; un espacio de reflexión colectiva, la que exige el exceso. Y es en este punto donde surge la radicalidad última del proyecto: mientras otros tratan de completar lo que falta, Mesquita propone pensar en lo que sobra. Con este gesto sencillo y audaz plantea una crítica cultural devastadora que abre la pregunta tan inevitable como incómoda: por qué llenar el mundo de bienales si tantos museos del planeta no tienen climatización, ni siquiera seguridad.

Partiendo de lo que sobra se crea la radicalidad en el pensamiento, la marginalidad: ser héroes, ser libres. "Marginal es quien escribe al margen, / dejando blanca la página / para que el paisaje pase / y deje todo claro a su paso", escribía Paulo Leminski en los ochenta. Y no es tan difícil. Basta con abstraerse del exceso y volver a saborear las cosas, especiales en su escasez. Se puede hacer incluso mientras se pasea por una feria de arte. Aíslen una obra en el evento repleto y vacíen sus sentidos del resto. ¿Verdad que recuperar lo especial y dejar que el paisaje pase es una experiencia exquisita?

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