Tribuna:

Memoria de futuro

El pasado lunes pude compartir un momento especial. Uno de esos momentos en que se articula pasado, presente y futuro. Uno de esos momentos en que trozos de las vidas de muchas gentes conectan entre sí, y permiten rastrear pasados compartidos desde un presente fugaz y frente a un futuro colectivo cada vez más incierto. La presentación del documental Bucarest, de Albert Solé, en el CCCB, dentro de los actos que enmarcan la exposición sobre la transición española, sirvió de oportunidad para ello. El catalizador del momento fue la presencia de Jordi Solé Tura y su trayectoria vital subjeti...

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El pasado lunes pude compartir un momento especial. Uno de esos momentos en que se articula pasado, presente y futuro. Uno de esos momentos en que trozos de las vidas de muchas gentes conectan entre sí, y permiten rastrear pasados compartidos desde un presente fugaz y frente a un futuro colectivo cada vez más incierto. La presentación del documental Bucarest, de Albert Solé, en el CCCB, dentro de los actos que enmarcan la exposición sobre la transición española, sirvió de oportunidad para ello. El catalizador del momento fue la presencia de Jordi Solé Tura y su trayectoria vital subjetivamente narrada por su hijo Albert en un magnífico filme. Y más allá de todo ello, como sobrevolando el acto, el gran interrogante de la memoria, de las memorias personales y colectivas enfrentadas tanto al devenir histórico como a los procesos que desencadena la enfermedad de Alzheimer.

El filme que nos entrega Albert Solé va a convertirse en objeto de reflexión y debate en muchos foros

Si nos acercamos a una definición de enciclopedia, nos encontramos con expresiones como éstas: "La memoria humana es la función cerebral resultado de conexiones sinápticas entre neuronas mediante la que el ser humano puede retener experiencias pasadas. Los recuerdos se crean cuando las neuronas integradas en un circuito refuerzan la intensidad de las sinapsis". Albert Solé explicitó que quería rescatar memoria, conexiones, para retener experiencias pasadas, y lo quería hacer para que el presente de su padre no borrara su pasado, impidiendo proyectarlo en su futuro, en el futuro de su hija Noa, de cinco años, que le acompañaba. El acto, el documental, el proceso de elaboración del mismo, nos presenta un ejercicio de repensar y representar la historia de una familia, con el sacrificio de la exhibición de la propia privacidad que ello implica y que hemos de reconocer, porque al mismo tiempo permite que muchos otros nos veamos reflejados en los mil prismas que la película presenta. El acto del CCCB fue ya en sí mismo un gran acto de memoria individual y colectiva para quienes de maneras muy diversas, más próximas o menos próximas, más intensas o más superficiales, formamos parte de esos años, formamos parte de la historia de Jordi Solé Tura y de su familia. Por todas partes veías rostros conocidos, fragmentos vitales de unos años complicados pero apasionantes.

Las emociones surgieron ya desde las primeras palabras de Julia Otero, o en el homenaje que lanzó Pasqual Maragall a la labor del PSUC en la dictadura. El documental mantiene, en este sentido, un admirable equilibrio entre los recuerdos subjetivos de Albert de su historia y la de su familia, y la historia política de unos años, y a esa labor le ayudan los magníficos testimonios de protagonistas de la época y de los hijos de esos protagonistas, como Carmen Claudín y Sergi Pàmies. Los contrapuntos de Jordi Solé y de su médico, Nolasc Acarín, van recordándonos que todo ello no pretende ser una aproximación más de una historia del antifranquismo con sus evidentes claroscuros, sino la narración personal de peripecias múltiples y de un recorrido vital en un marco de gran intensidad colectiva. En este sentido (y como debió de acontecerles a buena parte de los presentes), los recuerdos evocados y las vivencias personales se entremezclaban sin posibilidad alguna de distanciamiento. A los muchos momentos de mi vida que he compartido con Jordi, Teresa Eulalia, Albert y Annie, se añadía el hecho de la enfermedad de mi madre, también afectada de Alzheimer, que azuzaba aún más la sensación de vivir en primera persona las emociones que transmite Albert Solé en su documental.

Creo sinceramente que la fuerza del documental está no tanto en su mayor o menor calidad fílmica o de montaje, aspectos en los que no me siento con capacidad para emitir un juicio sólido, como sobre todo en su potente intensidad vital, en su elocuente ejercicio de amor y respeto a las vivencias de quien, sin necesidad de compartir los posibles errores y aciertos de su padre, busca rememorar y proyectar hacia el futuro con toda su dignidad.

La gente que se acerque al documental encontrará muchos puntos con los que conectar. Sea porque ha vivido esos años, sea porque ha vivido o vive de cerca esa enfermedad, sea porque quiere entender qué pasó y qué pasará. Estoy convencido de que el material que nos entrega Albert Solé va a convertirse en objeto de reflexión y debate en muchos foros, permitiendo que todos aprendamos, discutamos y repensemos nuestra historia y lo que queremos ser de mayores. Desde la desenvoltura distanciada de algunos de los testimonios, hasta la sesgada rememoración de otros. En el fondo, como ha declarado estos días el propio Albert Solé, lo vital de su proyecto era recordar que detrás de cada enfermo de Alzheimer existe una persona, una historia, una familia, unos cuidadores, unas vidas. Ha querido reivindicar la memoria, la dignidad, el orgullo de cada uno. El enfermo en este caso se llama Jordi Solé Tura, pero a la vez tiene muchos otros nombres. No se la pierdan.

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Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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