Columna

El progreso

El progreso no es una línea recta, sino un milagro frágil, improbable en países de historia difícil, como el nuestro. Es necesaria la voluntad de mucha gente, una perseverancia fronteriza con la rabia, para arrancar de la oscura inercia de la tradición conquistas revolucionarias, que pueden desmoronarse en un instante. Pero cuando este proceso describe siempre la misma parábola de ida y vuelta, las explicaciones sencillas no bastan. La huelga que han mantenido durante una semana las clínicas que practican la interrupción voluntaria del embarazo en la estricta observancia y bajo el teórico ampa...

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El progreso no es una línea recta, sino un milagro frágil, improbable en países de historia difícil, como el nuestro. Es necesaria la voluntad de mucha gente, una perseverancia fronteriza con la rabia, para arrancar de la oscura inercia de la tradición conquistas revolucionarias, que pueden desmoronarse en un instante. Pero cuando este proceso describe siempre la misma parábola de ida y vuelta, las explicaciones sencillas no bastan. La huelga que han mantenido durante una semana las clínicas que practican la interrupción voluntaria del embarazo en la estricta observancia y bajo el teórico amparo de la ley, ofrece un buen ejemplo. Por más que algunos Gobiernos autónomos se constituyan en brazo armado de los púlpitos de la caverna, el PP no ha incluido la ilegalización del aborto en su programa electoral. El postergamiento indefinido de una ley de plazos es otro hecho lamentable, pero no relevante, porque tampoco solucionaría el problema por sí sola.

Lo que de verdad importa es que en España no se cumple la ley, que nuestro Estado de derecho no garantiza el ejercicio de determinados derechos a todos sus ciudadanos. Y no sé si eso es más triste que el procedimiento que lo consiente, las empresas privadas que funcionan como una válvula de escape que exonera a los poderes públicos del deber esencial de asegurar una atención igualitaria y universal. Quizás alguien se sorprenda de que no escriba en femenino, pero la defensa de los espacios públicos no es una cuestión de género, sino el único horizonte sólido del que disponemos hoy los hombres y mujeres que seguimos aspirando al frágil milagro del progreso. Ojalá todas las clínicas privadas cierren sus puertas para siempre algún día. Pero mientras sigan siendo la coartada de un Estado que no asume sus responsabilidades, lo mínimo que deberían recibir a cambio es respeto.

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