11-M: caso cerrado

Contumacia en el error

Hace dos años, en un debate sobre el 11-S y el 11-M en la New School de Nueva York, me sorprendieron las enormes diferencias en la manera de vivir dos experiencias que tenían mucho en común. Distinta fue la reacción política: en Estados Unidos se impuso la lógica de la adhesión patriótica incondicional, en España se abrió una fractura profunda que todavía se viene arrastrando. Distinta fue la comunicación: la prensa americana asumió la autocensura; la prensa española tuvo un papel fundamental para impedir la manipulación de la realidad. Distinto fue el duelo: mientras los americanos tardaron e...

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Hace dos años, en un debate sobre el 11-S y el 11-M en la New School de Nueva York, me sorprendieron las enormes diferencias en la manera de vivir dos experiencias que tenían mucho en común. Distinta fue la reacción política: en Estados Unidos se impuso la lógica de la adhesión patriótica incondicional, en España se abrió una fractura profunda que todavía se viene arrastrando. Distinta fue la comunicación: la prensa americana asumió la autocensura; la prensa española tuvo un papel fundamental para impedir la manipulación de la realidad. Distinto fue el duelo: mientras los americanos tardaron en recuperarse del inesperado ataque al mismo corazón del sistema, en España hubo unas elecciones tres días después que provocaron efectos catárticos indudables. Distinta fue la respuesta parlamentaria: la comisión del 11-S hizo un trabajo independiente y meticuloso, ampliamente reconocido; en España, la comisión del 11-M fue un campo de batalla política que toma las resoluciones por mayoría parlamentaria. Distintas incluso fueron las maneras de organizarse las víctimas: en Estados Unidos proliferaron las asociaciones de carácter casi gremial; en España, en seguida adquirieron un alto grado de politización.

Las diferencias continúan. Tres años después del atentado, un tribunal español ha resuelto jurídicamente el caso, condenando a los responsables del atentado, con un escrupuloso respeto de los procedimientos y de los derechos de los acusados, que nada tiene que ver con el negro magma judicial en que se metieron los EE UU después del 11-S, con detenciones ilegales de las que ni siquiera se sabe el número ni la situación de los afectados. Las instituciones españolas han funcionado sin forzar ni violentar la ley en ningún momento. El Estado de derecho se ha impuesto a pesar de los intentos de hacer fracasar el juicio por parte de sectores encallados en el resentimiento que sus propios errores les generaron. Es probable que las imágenes del juicio transmitidas a todo el mundo sirvan para que las franquicias del terrorismo islamista subrayen en rojo a España como objetivo de sus ataques. Toda prevención será poca. Pero el coraje de afrontar este desafío es el mínimo reconocimiento que se podía hacer a las víctimas.

Desde un punto de vista político, el hecho de que el tribunal haya desmontado por completo la teoría de la conspiración debería ser una invitación al sosiego y a la despolitización del caso. El PP ha intentado estos últimos días desmarcarse de su propio pasado y negar lo evidente: que siguiendo la iniciativa de determinados medios de comunicación alimentó, divulgó y defendió la teoría de la conspiración como manera de reparar el descrédito acumulado con la gestión política del atentado, involucrando a ETA en el atentado. Estas hipótesis son las que el tribunal ha descartado hoy con toda contundencia. Al PP, aquella trágica semana, le perdió la mentira y la mentira le seguirá perdiendo. Basta revisar las actas del Congreso de Diputados y los archivos de los medios de comunicación para darse cuenta. Ciertamente, la sentencia llega en un momento inoportuno para el PP: a cuatro o cinco meses de las elecciones, no les será de mucha ayuda este recordatorio de su tendencia compulsiva a la mentira.

Sin duda, los orquestadores de la teoría de la conspiración a los que Rajoy está encadenado aprovecharán la exculpación de El Egipcio para seguir dando la lata. Y de hecho el presidente del PP parece decidido a seguir obedeciéndoles, al equiparar la sentencia del tribunal con las demás investigaciones que dice que seguirá apoyando. Hay que conceder al PP la presunción de racionalidad. Si sigue flirteando con la mentira y con la conspiración debe ser porque cree que le da dividendos electorales. Es decir, porque piensa que la fractura en la sociedad española ha triunfado. No dudo que por este camino pueda fidelizar a los incondicionales, pero esta contumacia en el error parece el mejor trampolín hacia una mayoría suficiente. Rajoy está pagando su pecado original. Atrapado entre Aznar y determinados medios de comunicación, su margen de maniobra es muy limitado. Por lo que parece, no tiene salida. El PP perdió unas elecciones en buena parte por el 11-M, ¿volverá a perder otras?

Es ahora el momento de recordar los efectos enormemente distorsionadores que ha tenido la estrategia del PP sobre el 11-M en esta legislatura. Ha agudizado la fractura social tratando de hacer imposible la aceptación del relato judicial por parte de la ciudadanía; ha dinamitado las posibilidades de consenso en política antiterrorista; y ha llegado a poner en peligro el propio desarrollo del juicio. Ahora, parece que debería ser de interés del PP tomar la palabra a Zapatero y pasar página. Pues, no. Rajoy sigue a remolque de lo que manden los que preferían la nulidad del juicio antes de que se hiciera evidente que ETA no tuvo nada que ver en esta historia. La justicia se ha pronunciado, me temo que la bronca política continuará.

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