Cartas al director

El desalojo

Desde hace tres meses, vivo en Holanda. El otro día, como cada mañana, estaba mirando las noticias en el canal internacional de la BBC y veía estupefacto la de un desalojo en un poblado de la periferia de Madrid (llamado Cañada Real Galiana). El periodista inglés que narraba la noticia parecía tan estupefacto como yo, y no era para menos: centenares de policías cargando contra los pobladores, destrozando sus humildes casas y abriendo la cabeza tanto a niños como a mujeres (así de explícito lo mostraban las imágenes que probablemente no se han visto en otros canales españoles).

Sin duda,...

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Desde hace tres meses, vivo en Holanda. El otro día, como cada mañana, estaba mirando las noticias en el canal internacional de la BBC y veía estupefacto la de un desalojo en un poblado de la periferia de Madrid (llamado Cañada Real Galiana). El periodista inglés que narraba la noticia parecía tan estupefacto como yo, y no era para menos: centenares de policías cargando contra los pobladores, destrozando sus humildes casas y abriendo la cabeza tanto a niños como a mujeres (así de explícito lo mostraban las imágenes que probablemente no se han visto en otros canales españoles).

Sin duda, la imagen de España que se ha proyectado internacionalmente con esta noticia es la de un país que todavía cuenta con una policía premoderna y con ramalazos antidemocráticos. Aunque esto no es lo más indignante. El violento desalojo del poblado es un claro reflejo del rasero desigual con el que el Estado trata a su población. Un Estado humilde y débil con la economía del ladrillo y los especuladores que han convertido la vivienda en un bien de lujo, y fuerte y despótico con los sectores más débiles de la población, a los que no permite ni vivir en casitas de cartón.

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