Tribuna:

La memoria no tiene ley

Uno de los motivos -y no seguramente el más importante- por el que la Ley de la Memoria Histórica ha sido tan discutida es porque está, en mi opinión, mal bautizada. El nombre es inquietante. Sugiere que de un hecho histórico existe una memoria, y no muchas, y parece indicar también que la forma de fijar esta memoria única, la memoria oficial, la memoria establecida, es la ley. Incluso cuando hablamos desde instituciones democráticas, la música nos suena vagamente orwelliana. Incluso la historia es el territorio de la interpretación: todas las interpretaciones son legítimas, siempre que no fal...

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Uno de los motivos -y no seguramente el más importante- por el que la Ley de la Memoria Histórica ha sido tan discutida es porque está, en mi opinión, mal bautizada. El nombre es inquietante. Sugiere que de un hecho histórico existe una memoria, y no muchas, y parece indicar también que la forma de fijar esta memoria única, la memoria oficial, la memoria establecida, es la ley. Incluso cuando hablamos desde instituciones democráticas, la música nos suena vagamente orwelliana. Incluso la historia es el territorio de la interpretación: todas las interpretaciones son legítimas, siempre que no falseen o ignoren los hechos, que éstos sí que son sagrados y objetivos. Si lo es la historia, cómo no lo va a ser la memoria, de naturaleza subjetiva. Ciertamente, el nombre no hace la cosa. No del todo. Pero participa mucho en hacerla.

Hay que fijar los hechos ciertos y restituir la justicia, bajo la luz de la complejidad y no del esquematismo

En el caso de la Guerra Civil, esta apelación a La Memoria Histórica -única y oficial, en mayúsculas- tiene un riesgo añadido. La Guerra Civil ha sufrido desde el primer momento intentos de esquematización, de simplificación. El bando franquista lo hizo desde el inicio: habló de cruzada, convirtiéndola en una guerra de religión, o habló de Movimiento Nacional. La comprensión de la Guerra Civil no necesita, a mi entender, ejercicios de simplificación de signo contrario. No necesita jugar en el terreno de las dos Españas, pero dándole la vuelta a la tortilla. No fue ni una guerra de demócratas contra fascistas, ni de izquierdas contra derechas, ni de españolistas contra catalanistas, ni de católicos contra ateos. Fue todas estas cosas, en alguna proporción, y muchísimas más, hasta el punto de encontrarnos católicos fusilados por los franquistas, gente de izquierdas fusilada por la República, gente de derechas fusilada por los falangistas, catalanistas fusilados bajo una desbordada Generalitat catalanista.

La operación, a mi entender, sobre la Guerra Civil no es simplificar, sino complicar. Es decir, exhibir la complejidad. Lo ha hecho muy claramente -y con extraordinarios resultados, desde Incerta glòria hasta Soldados de Salamina- la literatura. Lo ha hecho en su conjunto la historia de los historiadores, a pesar de algunos intentos revisionistas de reducir la guerra a un western. Que no lo deshaga ahora la voluntad de construir La Memoria Histórica unificada y polivalente. Los conflictos sólo son simples en la distancia. Cuando están cerca en el tiempo y en el espacio nos damos cuenta de que son complejos. Y la Guerra Civil todavía está cerca.

Pero, más allá del nombre, ¿había alguna que hacer, desde las instituciones y la ley, en relación con los efectos de la Guerra Civil y del franquismo? Yo creo que sí. Nos encontramos con que ha llegado al poder político y a la hegemonía ideológica una generación que no hizo la transición. La transición exigió prudencia y autolimitación en algunos temas, entre ellos la guerra. Probablemente sólo podía funcionar así. Pero la democracia no resiste nunca autolimitaciones y territorios sagrados eternos. La democracia necesita que todo pueda ponerse democráticamente en cuestión. Y, por tanto, la nueva generación demanda en muchas cosas una nueva transición. También en el tratamiento de la guerra. Y saltarse la autocensura en torno a la guerra significa conocer toda la verdad y reparar todas las injusticias. Ciertamente, la verdad la conocemos bastante bien: la Guerra Civil ha sido muy estudiada y existe una bibliografía extraordinaria. Tal vez se trate sólo de divulgarla. Y las grandes injusticias fueron abordadas ya en la primera transición, aunque probablemente existan injusticias todavía pendientes, como lo son las condenas ideológicas por tribunales ilegítimos en procesos que merecen revisión.

Por tanto, tendríamos abiertas dos operaciones. Una, fijación de los hechos ciertos, con todas sus contradicciones, a partir de los cuales -y nunca contra los cuales- cada uno puede hacer sus propias interpretaciones. La otra, la restitución de la justicia, que pasa por revisar procesos. Pero los dos deberían hacerse a la luz de la complejidad y no del esquematismo. Oí una vez a Josep Termes decir que la Guerra Civil sólo estaría superada cuando los nietos de los franquistas lamentaran los crímenes del franquismo y los nietos de los republicanos lamentásemos los crímenes cometidos en el bando republicano. Mientras nos lancemos los unos a los otros las memorias y los cadáveres de nuestros abuelos, cruzados, desde las mismas trincheras donde luchaban ellos, no habremos dado el paso definitivo. No sé si la Ley de la Memoria Históricas ayudará a dar este paso. Su nombre, no ayuda.

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Vicenç Villatoro es escritor.

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