Columna

Pantallas y escaparates

El cine Azul era como la cenicienta de las salas de la Gran Vía de nombres sonoros y rimbombantes, como el vecino Coliseum, el Rialto, el Rex o los Palacios de la Prensa y de la Música. Poco tenía de palaciego este cine modesto, bautizado con el color de la Falange, de aforo reducido y reestreno preferente, según la clasificación oficial que dividía las salas en: estreno, reestreno preferente y sesión continua. El Azul no tardaría mucho en bajar un peldaño en el escalafón y proyectar, de cuatro de la tarde a doce de la noche, dos películas, o mejor dicho, dos medias pelícu...

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El cine Azul era como la cenicienta de las salas de la Gran Vía de nombres sonoros y rimbombantes, como el vecino Coliseum, el Rialto, el Rex o los Palacios de la Prensa y de la Música. Poco tenía de palaciego este cine modesto, bautizado con el color de la Falange, de aforo reducido y reestreno preferente, según la clasificación oficial que dividía las salas en: estreno, reestreno preferente y sesión continua. El Azul no tardaría mucho en bajar un peldaño en el escalafón y proyectar, de cuatro de la tarde a doce de la noche, dos películas, o mejor dicho, dos medias películas, pues el mal estado de las copias creaba cortes y saltos cada pocos minutos provocando los silbidos de rigor entre la sufridora audiencia. Cuando las interrupciones se producían en mitad de una escena de presunto contenido erótico, una parte del público clamaba contra la censura imperante, aunque siempre había un listillo que achacaba los desmanes a los operadores de todos los cines por los que la copia había pasado, que robaban los fotogramas más interesantes: el listillo lo sabía de buena tinta porque aseguraba haber visto el filme el día del estreno y allí se veía más.

El cine Azul cerró sus puertas para que abriera las suyas un local de hamburguesas

Desde hace un tiempo el cine Azul cerró sus puertas para que abriera las suyas un local de hamburguesas franquiciadas, uno de esos templos promocionados hasta la náusea por el cine y la televisión, en los que los oficiantes, camareras y camareros, sirven, disfrazados de payasos, con gorros ridículos y sonrisas postizas, los platos abundantes y grasientos, en una escenografía abigarrada de iconos hollywoodenses. El nuevo establecimiento no tenía, ni tiene, una licencia de apertura en regla, pero en la Gran Vía de hoy el que no corre vuela a la caza de locales para instalar nuevas franquicias de comida rápida o moda en serie, y mientras caen los cines. El último ha sido el ostentoso Avenida, en cuyos anchurosos sótanos residía Pasapoga, emblemática sala de fiestas de la más selecta golfería madrileña de la prolongada posguerra.

En la pugna diaria entre los almacenes de moda y los locales de comida rápida, fueron cerrando en la Gran Vía cafeterías que fueron modernas y pequeños comercios de ropa o electrodomésticos. Ropa y comida son las necesidades básicas de las nuevas olas de consumidores, ropa nueva y moderadamente barata todas las semanas y comida, mucha comida, entre compra y compra. Desde que en el inicio de la movida década de los ochenta los chicos posmodernos de Radio Futura se proclamaron enamorados de la moda juvenil, el imperio textil no ha hecho más que crecer y ampliar sus fronteras, desde la tierna infancia marquista hasta las abuelas y abuelos en la onda y online. Crece el sector y decrece la creatividad de los diseñadores independientes, las franquicias los acorralan incluso en sus reductos de barrio, en las calles de Hortaleza y Fuencarral y en los barrios de Chueca y Malasaña.

La aldea global es más aldea que nunca, en los escaparates de todas las capitales del orbe se exhiben los mismos y efímeros modelos de las mismas marcas y, para disimulado orgullo de los viajeros españoles, los nombres de las más reputadas franquicias nacionales ocupan posiciones de privilegio en los barrios y centros comerciales de París, la destronada metrópoli de la moda y el buen gusto. En Madrid, la calle de la Princesa, la gran vía universitaria, perdió hace tiempo su condición de emporio de bares, cafés y librerías, la textilización ha sido implacable con ella. Entre Moncloa y la calle del Marqués de Urquijo las tiendas de moda se reproducen hasta el punto de que este tramo del barrio de Argüelles podría considerarse calle gremial, como las antiguas de Bordadores o Latoneros. Pero hay muchas más calles candidatas al título, como Bravo Murillo, entre Cuatro Caminos y la plaza de Castilla, otra gran vía y la primera que fue perdiendo sus cines de reestreno y de sesión continua y sus establecimientos tradicionales: no se sabe cuándo explotará la gran burbuja textil, así que tal vez sería recomendable empezar a reciclar las prendas de la semana anterior.

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