Reportaje:

Un árbol, miles de causas

Una cooperativa de Carcaixent ofrece adoptar mandarinos para mantener el cultivo ecológico

En dos fincas de Carcaixent y Alzira, una cooperativa de ocho miembros trata de defender el cultivo tradicional en plena crisis del campo. Se niegan a abandonar la tierra y, desde hace 16 años, hacen lo posible para mantenerla. "Esto es un museo vivo y sería un crimen abandonar los árboles cuando todavía producen", asegura Alfons Domínguez, uno de los socios de La Casella.

Las heladas y las tormentas de hace unos años acabaron con un tercio de los naranjos y mandarinos de la finca de Carcaixent. Quedaron unos cien árboles, plantados en bancales, que producen una mandarina con un dulzor ...

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En dos fincas de Carcaixent y Alzira, una cooperativa de ocho miembros trata de defender el cultivo tradicional en plena crisis del campo. Se niegan a abandonar la tierra y, desde hace 16 años, hacen lo posible para mantenerla. "Esto es un museo vivo y sería un crimen abandonar los árboles cuando todavía producen", asegura Alfons Domínguez, uno de los socios de La Casella.

Las heladas y las tormentas de hace unos años acabaron con un tercio de los naranjos y mandarinos de la finca de Carcaixent. Quedaron unos cien árboles, plantados en bancales, que producen una mandarina con un dulzor y un aroma tradicional. "No lo encuentras en otro lugar porque son casi centenarios", exclama Paco Tortosa, otro de los socios, mientras huele intensamente una hoja. Pensaron en retirar esos árboles para reducir costes con la mecanización de esa tierra, pero, hace unos meses, se les ocurrió otra idea: convencer a sus amigos y a gente que conoce la finca para apadrinar los mandarinos. 200 euros al año, que les permitirían asumir gran parte de los gastos. Además, el padrino recibe las mandarinas en su domicilio en la temporada de octubre a enero. Unos 50 kilos al año. De este modo, además de revitalizar el cultivo, se ofrece una salida comercial a la producción, "difícil de mantener porque cada vez se paga a un precio más bajo, como ocurre en el resto del sector cítrico de la Comunidad", explica Paco. Tampoco querían recurrir a los intermediarios porque no responde a su filosofía, lo consideran una forma "innecesaria de encarecer el producto".

Pero su interés va más allá de la relación comercial. Su empeño es demostrar que el consumidor de alimentación ecológica paga mucho más que el producto en sí. Para ellos, el cultivo ecológico supone una filosofía de vida. Saben que el coste es mayor que el de los cultivos convencionales, pero aseguran que el suyo, en el fondo, es más barato. Exponen convencidos los motivos. Uno de los más importantes, que es necesario pagar la labor del agricultor que no recurre a productos químicos. "Es necesario dignificar su trabajo porque, entre otras cosas, respeta el Medio Ambiente". No recurre a pesticidas para erradicar las plagas, usa la azada para retirar las malas hierbas, respeta los ciclos de producción de cada variedad de cultivo y utiliza basura orgánica como abono. Como la tierra no está intoxicada, a ella acuden diferentes variedades de aves, anfibios, conejos. "Se crea un mini ecosistema".

Respecto al producto, aseguran que tiene más calidad. Cultivan en arena, lo que permite que el fruto tenga más dulzor, menos corteza, menos agua y más aceites esenciales. Al no utilizar nitratos, se respeta la defensa natural del fruto. Alfons apunta que investigaciones de la Universidad Politécnica de Valencia han confirmado que los cítricos ecológicos tienen más vitamina C y maduran mejor.

Valores añadidos de un apadrinamiento que ayudan al cultivo tradicional. Pero, como reconocen en la cooperativa de La Casella, "pagan los que conocen el trabajo que hay detrás del producto".

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