Crítica:

Habitación cerrada

El excelente escritor mallorquín José Carlos Llop (1956), diarista, narrador, poeta (en estos días aparece en Lumen su último poemario) domina como pocos la contención y la distancia media: cuánto César González Ruano (a partir de ahora y hasta la última línea CGR, personaje de ficción de esta espléndida novela de habitaciones cerradas, de fragmentos de vida opacos, de vilezas -acaso- de esas que se olvidan mirando hacia otro lado) hay en París: suite 1940, como cuánto Ravel hay en el reciente Ravel, de Echenoz, o cuánto Rimbaud había en Rimbaud el hijo, de Pierre Michon (...

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El excelente escritor mallorquín José Carlos Llop (1956), diarista, narrador, poeta (en estos días aparece en Lumen su último poemario) domina como pocos la contención y la distancia media: cuánto César González Ruano (a partir de ahora y hasta la última línea CGR, personaje de ficción de esta espléndida novela de habitaciones cerradas, de fragmentos de vida opacos, de vilezas -acaso- de esas que se olvidan mirando hacia otro lado) hay en París: suite 1940, como cuánto Ravel hay en el reciente Ravel, de Echenoz, o cuánto Rimbaud había en Rimbaud el hijo, de Pierre Michon (la compañía francesa no le ha de desagradar a Llop). Las tres novel(it)as no alcanzan ninguna las ciento cincuenta páginas, pero las tres tienen la intensidad suficiente.

PARÍS: SUITE 1940

José Carlos Llop

RBA. Barcelona, 2007

143 páginas. 17 euros

Pero vayamos con este CGR,

que es lo que toca. Hace mucho tiempo que la novela no tiene prospecto de instrucciones y por eso Llop ha escrito un relato que es, a veces, también un ensayo biográfico sobre, al menos, una de las más cerradas habitaciones de su vida: por qué siéndolo todo como corresponsal español en los años más nazis del nuevo régimen franquista abandona precipitadamente Berlín, se instala en París decidido a tomarse una temporada sabática y no escribir una línea (él, que lo probó todo y permaneció fiel al aroma narcotizante del papel de escribir), hasta que es detenido por la Gestapo y pasa una temporada en la cárcel de Cherche-Midi, de la que saldría para componer su Balada de Cherche-Midi, un buen libro de poemas: Llop sugiere que, sin las urgencias de las linotipias para tapar con papel las ventanas rotas de su maltrecha economía (vivió por encima de sus posibilidades), hubiera podido llegar a ser un notable poeta. ¿Espía, contrabandista de antigüedades, delator de judíos a quienes había vendido documentos falsos? En fin, cualquiera de aquellas cosas tan asentadas en la Europa de 1940, donde unos eran víctimas, otros verdugos y los demás, avispados.

Llop hace más de treinta años leyó por primera vez un libro de CGR, en una situación personal, que explica en un breve prólogo que bien podría leerse como un buen relato o un artículo literario conducido por el yo del escritor, tan presente en ocasiones cuando se convierte en narrador, en indagador, en glosador de las memorias de CGR, que leyó en aquella estación perdida. Llop ha escrito el libro que se debía desde entonces, intentando indagar en uno de los episodios más oscuros de su vida (aunque se desangró en libros y en artículos mil y siempre con su yo de manos manicuradas corren todavía leyendas que adornan su memoria). Y lo hace narrando aquel tiempo convulso con brío literario, por más que, al final, el indagador llegue hasta donde puede y la habitación aquélla, la de la casa de Berlín, siga cerrada, con su Zurbarán, o no. Haya llegado lejos o no Llop, lo que importa es que CGR es un personaje de ficción que recorre estas páginas con gran fuerza narrativa. Tenía donde hurgar en el personaje real, pero el de ficción no se queda atrás.

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