Crónica:LA CRÓNICA

Desastres del tedio conyugal

En nuestros hogares el paso se da cuando la caja de preservativos desaparece, como por arte de ensalmo, de la mesilla de noche. Y va a parar, también de forma misteriosa, al armarito del lavabo, junto a las medicinas. Ese tránsito es el primer aviso de que el tedio, el gran enemigo de toda relación, empieza a rondar. Y a la que te descuidas, ¡zasca!, se hace con el mando a distancia. Tan intemporal y universal problema acaba afectando a los cónyuges y llevándoles a más de una situación embarazosa. Pues, como dice el adagio: "Es imposible estar casado y tener la razón al mismo tiempo".

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En nuestros hogares el paso se da cuando la caja de preservativos desaparece, como por arte de ensalmo, de la mesilla de noche. Y va a parar, también de forma misteriosa, al armarito del lavabo, junto a las medicinas. Ese tránsito es el primer aviso de que el tedio, el gran enemigo de toda relación, empieza a rondar. Y a la que te descuidas, ¡zasca!, se hace con el mando a distancia. Tan intemporal y universal problema acaba afectando a los cónyuges y llevándoles a más de una situación embarazosa. Pues, como dice el adagio: "Es imposible estar casado y tener la razón al mismo tiempo".

Antes, cuando aún no se había inventado la televisión ni el buen rollito, estas cosas se solucionaban a la brava. Con una esperanza media de vida de 40 años, nuestros antepasados no tenían tiempo que perder. Y por esa desazón matrimonial se llegaba sin querer (es un decir) al amor adulterino y a los juegos de cuernos. Un tema que en Barcelona tiene su propia fábula local, conocida como la historia del Cor menjat (del 'corazón comido').

Quiere la leyenda que a la llamada Torre del Fang -una masía medieval que sigue en pie en la calle del Clot 228 y que alberga el Archivo Municipal del distrito de Sant Martí- acudía cada dos por tres la reina Dolça de Provenza, esposísima de Ramón Berenguer I, a fin de verse en secreto con su amante, un trovador de buen ver que le cantaba cuartetas con segundas. Dicha casa, hoy incluida en el catálogo de bienes históricos y artísticos, está de actualidad al interponerse en el trazado del AVE, por lo que es muy posible que deba ser desmontada y vuelta a construir en otro sitio. Pero en aquel lejano siglo XII sólo era una discreta finca, a las afueras de Barcelona, donde se daban cita dos amantes. Hasta que, como era de esperar, su romance llegó a oídos del furioso marido.

Enterado el rey de semejante afrenta, hizo prender al joven, lo hizo asesinar y ordenó que su corazón fuese cocinado en pebrada. Hecho lo cual, lo llevó personalmente a las dependencias de su mujer y esperó en la mesa hasta que Dolça se terminó las últimas migajas del plato. Entonces, Ramón Berenguer I se levanta indignado, acusa a la adúltera y le revela el secreto de lo que acaba de comerse. ¡El corazón de su amado! ¡Sorpresa, desesperación, sollozos! La crónica no cuenta si la reina tuvo arcadas, sólo que renunció de por vida a ingerir alimento alguno (en otras versiones se lanza por la ventana). Y así murió, la pobrecilla, de hambre y desnutrición (o de fractura múltiple).

Bien es sabido que los monarcas pueden permitirse todo tipo de licencias matrimoniales. No obstante, esta morbosa narración tendría tanto éxito en el imaginario catalán que se la acabarían adjudicando al buen tuntún a toda clase de condes y aristócratas (dato que se presta a reflexión). Pero ahí no acaba la cosa. Recuerdo haber leído en alguna parte este otro cuento decimonónico, tan apócrifo y gore como el anterior, que tiene el barrio del Raval por escenario.

Aquí la historia comienza con el mismo rey, Ramón Berenguer I (un verdadero crac de la prensa rosa de la época), padre natural de dos chavalotes gemelos, los príncipes Ramón Berenguer II y Berenguer Ramón II. Este par, a la muerte de su progenitor, heredaron conjuntamente el trono catalán. Y para evitar rencillas, decidieron turnarse en el cargo -ahora tú, ahora yo- hasta que terminaron por dejarse de hablar. Hasta tal punto llegaría el enfado, que Berenguer Ramón II, El Fratricida (ojo con el mote) acabó encargando el asesinato de su hermano Ramón Berenguer II, Cap d'Estopes (algo así como 'cabeza de estopa', por lo rubio).

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Esto es lo que nos dice la historia, pero lo que quiso el espíritu romántico fue que Ermessenda (en realidad, la abuela del protagonista) se transformara, por esos azares de las leyendas, en esposa de El Fratricida. Y que éste, aburrido mortalmente con su matrimonio, viese la oportunidad de librarse también de ella. Por eso, la hizo acusar del asesinato de su hermano y mandó emparedarla en vida entre los muros de Sant Pau del Camp. Encerrada en un cubículo de tres canas de longitud (unos 4,65 m.), dotado de un hueco por el que podía sacar la mano y recibir limosna. A pesar de ello, el rey -libre de nuevo cual taxi en hora intempestiva- se vio obligado años después a abdicar del trono. Su última dirección fue un campamento cristiano frente a las murallas de Jerusalén, durante la Primera Cruzada. Y desde entonces nadie le ha vuelto a ver.

Obviamente, ambas historias son más falsas que un euro andorrano. Sin embargo, nos hacen pensar en la de crímenes que se cometen por puro aburrimiento. Como me dijo mi amiga Ana Marot cuando se lo conté: "Mira que sois perros y malos los hombres". Dos ejemplos que nos vienen que ni hechos a medida para ilustrar las catástrofes que provoca el tedio. Ese tedio que se desborda tras las vacaciones estivales cuando, según las estadísticas, se produce el mayor número de separaciones y divorcios de todo el año. Fíense ustedes de las bondades del asueto...

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