Cartas al director

Sobre la Ley de Dependencia

Tengo 72 años. Los dos últimos inviernos, hospitalizado, estuvieron a punto de ser eso: últimos. Veo venir, pues, al próximo con justificado temor. Y como no lo paso demasiado bien (mediante una grúa, me trasladan de la cama a la silla de ruedas), también con cierta ilusión: una muerte plácida podría no estar del todo mal. Pero mientras llega querría mejorar algo en calidad de vida y descargar de trabajo a los que me atienden.

Todo esto viene a cuento de la Ley de Dependencia, tan publicitada primero y tan silenciada después. Mi caso -que, sin duda, es el de muchos- se resume en que, ha...

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Tengo 72 años. Los dos últimos inviernos, hospitalizado, estuvieron a punto de ser eso: últimos. Veo venir, pues, al próximo con justificado temor. Y como no lo paso demasiado bien (mediante una grúa, me trasladan de la cama a la silla de ruedas), también con cierta ilusión: una muerte plácida podría no estar del todo mal. Pero mientras llega querría mejorar algo en calidad de vida y descargar de trabajo a los que me atienden.

Todo esto viene a cuento de la Ley de Dependencia, tan publicitada primero y tan silenciada después. Mi caso -que, sin duda, es el de muchos- se resume en que, hace unos dos meses, presenté todos los papeles requeridos en el lugar indicado y esperé. Lo malo es que la espera comienza a ser desesperanzada, porque cuando se considere mi solicitud tendré que pasar por nuevas burocracias, es decir, más pérdidas de tiempo. Y precisamente de esa dimensión, el tiempo, es de lo que estoy falto.

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