Crítica:

El valor de lo trivial

Afortunadamente, la editorial Acantilado insiste con el estadounidense James Thurber (Ohio, 1894- Nueva York, 1961). Primero de todo, fue la edición española del libro escrito a medias con E. B. White ¿Es necesario el sexo? (Anagrama, 1986), un clásico del humor; después vino el inolvidable La vida secreta de Walter Mitty (Acantilado, 2004), paradigma del hombre urbano desconcertado que acude a los ensueños como un cleptómano a unos grandes almacenes. Carnaval es uno de sus libros emblemáticos, una serie de textos a medio camino entre el ensayo y la anécdota narrativa en l...

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Afortunadamente, la editorial Acantilado insiste con el estadounidense James Thurber (Ohio, 1894- Nueva York, 1961). Primero de todo, fue la edición española del libro escrito a medias con E. B. White ¿Es necesario el sexo? (Anagrama, 1986), un clásico del humor; después vino el inolvidable La vida secreta de Walter Mitty (Acantilado, 2004), paradigma del hombre urbano desconcertado que acude a los ensueños como un cleptómano a unos grandes almacenes. Carnaval es uno de sus libros emblemáticos, una serie de textos a medio camino entre el ensayo y la anécdota narrativa en la que luce en todo su esplendor su inteligente sentido del humor; ese humor del que T. S. Eliot dijo que "a diferencia (del) de tantos otros humoristas, no se trata tan sólo de una crítica de las costumbres sino de algo más profundo". De algo capaz de sobrevivir a su tiempo y trasladarse al nuestro porque está construido con aquello de lo que se alimenta la memoria.

CARNAVAL

James Thurber

Traducción de Celia Filipetto

Acantilado. Barcelona, 2007

208 páginas. 15,30 euros

Los personajes, situaciones y

reflexiones de este libro pertenecen a la Norteamérica de los años cuarenta y su escritura es la quintaesencia de un estilo que tiene nombre propio: el estilo de la legendaria revista The New Yorker, un auténtico vivero literario de primer orden. La obra de Thurber (1894-1961) se encuentra en el centro de un arco que va de Mark Twain -a quien confiesa haber leído poco- a Woody Allen, a quien no creo que llegara a conocer. Es decir, no sólo pertenece al mejor humor americano sino que es uno de sus creadores más poderosos. La realidad de la gente media llevada al extremo de sí misma por medio de situaciones cuya irrealidad contiene el más agudo y sugerente análisis de la realidad misma es su método de trabajo, porque una tierna y dura mediocridad llevada al límite es capaz de trazar nítidamente su propia caricatura; eso es Thurber: un eficientísimo caricato de la clase media americana; busca infaliblemente el punto de autosatisfacción de esa clase y ahí utiliza su prosa como un abrelatas explorador para abrir una aparentemente confortable y segura lata de espárragos. Lo que hallamos dentro es ese mundo descarnada y divertidamente atravesado por la fórmula Thurber: "Todo humorista debe tener interés en lo trivial, en cada detalle pequeño de la vida familiar". Pero de lo que se trata es de tomar cuestiones de fondo de notable importancia y tratarlas como si fueran patrimonio de la gente común y corriente; y se trata de utilizar la trivialidad como un bisturí sin perder la sonrisa ni la perspectiva de lo que es verdaderamente importante. Thurber es un maestro del humor cuyo secreto está en pulir y pulir un texto hasta dar con el punto exacto en que el humor desenfoca lúcidamente las cosas; esa mirada que es la suya -dice él- "es un poco como el país de Oz, un poco como el País de las Maravillas, un poco como Poictesme. Lugares donde puede suceder todo lo que se te ocurra, y gran parte de lo que nunca se te ha ocurrido". Véase, por ejemplo, la lectura de Macbeth como novela policiaca o la ruptura del matrimonio Winchip que comienza con un simple roce cotidiano. ¿Hay lector que pueda resistirse en verano a la propuesta de leer textos óptimos para mejorar su tono vital y confortar a su inteligencia? Aquí los tiene.

El escritor y autor de cómics James Thurber, en 1936.AP

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