Columna

Destellos de lucidez

Procede, una vez más, del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el destello de lucidez. Bastó su gesto de proponer, en el marco de una remodelación de su gabinete cuya oportunidad y proyección resulta superfluo glosar, al ministro saliente Jordi Sevilla que asuma la tarea de renovar el socialismo valenciano para que la ficción construida por el aparato del PSPV alrededor del derrotado Joan Ignasi Pla se haya venido abajo. La supuesta indicación de Zapatero de que no le hicieran olas a Pla hasta las elecciones generales se ha mostrado falaz, una mala elucubración de quienes bus...

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Procede, una vez más, del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el destello de lucidez. Bastó su gesto de proponer, en el marco de una remodelación de su gabinete cuya oportunidad y proyección resulta superfluo glosar, al ministro saliente Jordi Sevilla que asuma la tarea de renovar el socialismo valenciano para que la ficción construida por el aparato del PSPV alrededor del derrotado Joan Ignasi Pla se haya venido abajo. La supuesta indicación de Zapatero de que no le hicieran olas a Pla hasta las elecciones generales se ha mostrado falaz, una mala elucubración de quienes buscan reinar en la charca en que se ha convertido aquí el primer partido de España.

Pero tal inyección de sentido común, aunque imprescindible, sirve apenas para mantener la esperanza en una catarsis que el debate de investidura de Francisco Camps y la reciente formación de su nuevo Consell hacen, si cabe, más perentoria. Porque, lejos de expresar la sensatez y la moderación presumibles en quien ha obtenido una mayoría electoral muy amplia, Camps se presentó como un presidente superlativo, protagonista de una especie de cambio de régimen del que se autoproclamó inductor. Convencido, por lo visto, del poder taumatúrgico de la retórica, adornó su gestión con una colección interminable de cualidades y se adjudicó unos liderazgos que hubieran dado vértigo sin la cacofonía provinciana, un tanto naïf, que lo envolvía todo. La livianidad del asunto quedó clara de inmediato, ya que tanto discurso enfático se ha traducido, a la hora de la verdad, en un Consell gris, mediocre hasta el aburrimiento, que aumenta la influencia de la derecha religiosa a través del nuevo vicepresidente de Bienestar Social, Juan Cotino, y en el que la única excentricidad divertida es la atribución de Gotzonne Mora, una señora vasca de discurso más bien atrabiliario, al devaluado Rafael Blasco como secretaria autonómica de Inmigración y Ciudadanía.

La legislatura, pues, comienza como una fanfarronada de verano y con una oposición cuyo encefalograma da pocas señales de vida (¿cómo puede ofrecer Pla la negociación de trasvase alguno a Camps? ¿De verdad cree que al PP le interesa el Ebro como algo más que una bandera contra el Gobierno central?). Sólo algunos destellos, entre los que hay que incluir también la "Iniciativa" que los nacionalistas de Pasqual Mollà levantan ahora mismo contra el sectarismo estéril que impera en Esquerra Unida, iluminan el purgatorio que la izquierda valenciana tiene por delante.

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