Columna

El despacho

Miren qué tontería. Vivimos tiempos de mudanza.

Un día me dijo Álvaro Cunqueiro:

- Conocerás mejor al director de tu periódico por el orden o desorden de su despacho que por sus escritos.

Desde entonces lo he venido aplicando en todos los estamentos de la convivencia con periodistas, ejecutivos y políticos. El despacho es a ellos lo que el agua al pez. Estudiando reacciones y circunstancias tendríamos material para un sesudo tratado, mezcla de sociología y psicología. Pero no sólo por su orden o desorden, sino también por su organización, decorado, salubridad, importancia....

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Miren qué tontería. Vivimos tiempos de mudanza.

Un día me dijo Álvaro Cunqueiro:

- Conocerás mejor al director de tu periódico por el orden o desorden de su despacho que por sus escritos.

Desde entonces lo he venido aplicando en todos los estamentos de la convivencia con periodistas, ejecutivos y políticos. El despacho es a ellos lo que el agua al pez. Estudiando reacciones y circunstancias tendríamos material para un sesudo tratado, mezcla de sociología y psicología. Pero no sólo por su orden o desorden, sino también por su organización, decorado, salubridad, importancia... se conoce a los habitantes de los despachos. Afirmación que es una fiel traducción de aquello que me dijo en Extremadura un pastor, que jamás había leído a Cunqueiro: "Viendo el chozo se conoce al chocero".

Pues bien, acabamos de pasar el Rubicón de las elecciones municipales y en las casas consistoriales andan de mudanza, porque ha llegado el momento de los relevos y cambios votados por el pueblo. Aunque ya no suceda como en otros tiempos, que tan bien retrató Pérez Galdós en Miau, dado que los cesantes han desaparecido del mapa, en los ayuntamientos andan de mudanzas, de caras alegres y caras largas. Unos desalojando despachos, otros ocupándolos. Porque el despacho, señor mío, es el signo principal del poder adquirido. Un político, un alto funcionario, un gran ejecutivo sin despacho es un jardín sin flores.

De ahí que, antes de tomar posesión del mismo, la mayoría se esfuerce por alcanzar el más dominante, el más amplio, el mejor situado, el más cercano al poder supremo... Y una vez que entran en él suceden cosas muy curiosas. Hay quien lo manda vaciar por completo, encarga muebles nuevos, tapiza los sillones de colores diferentes, sustituye los cuadros y coloca las fotos familiares en un lugar visible. Esto suelen ejecutarlo los poderoso, los que dominan el presupuesto de la empresa o de la institución.

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Quienes no llegan a tanto tienen una curiosa manía sucedánea. Al no poder cambiar casi nada, mueven todos los muebles de lugar. De ahí que en ocasiones entremos en despachos en los que la mesa está en la peor de las ubicaciones en relación con la luz, la ventilación o el espacio de uso. Esto acontece con profesionales que por nada del mundo desean parecer una continuidad del antecesor. Acontece con individuos que tiene extrañas manías a la hora de sentarse frente a una puerta. Con personajes con fobias a las ventanas o a ser vistos mientras trabajan. Acontece con una frecuencia tan grande como es la tipología de los habitantes de despachos.

Y también están aquéllos que, por su baja situación en el escalafón, no tienen posibilidad de ejecutar ningún cambio, ni aún de lugar. Éstos traen cosas de casa. Pertenencias curiosas como perchas, archivadores, libros de consulta apolillados por falta de uso, una cafetera, un termo y, naturalmente, los diplomas enmarcados o el portafotos con la familia.

Si descubren todo esto al entrar en un despacho, conocerán mejor a su interlocutor. Miren qué tontería.

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