Reportaje:

Buenas noches, ¿un cafelito?

Los voluntarios de la asociación Solidarios salen cuatro noches a la semana para acompañar a los sin techo

Consuelo se despierta cada día a las siete de la mañana, cuando comienza el trasiego de personal en el ambulatorio frente al que duerme. A las ocho llegan los pacientes. Para entonces, la entrada tiene que estar limpia y despejada. Así que Consuelo dobla sus ropas y mete lo poco que tiene en un carrito de lona. Hace 18 años que vive en la calle. Como ella, en el centro de Sevilla viven sin hogar más de 200 personas, según denuncian varias ONG, ya que no existen cifras oficiales. Duermen al raso o cubiertos de los cartones y plásticos con que se atrincheran del paso rápido de la gente. La mayor...

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Consuelo se despierta cada día a las siete de la mañana, cuando comienza el trasiego de personal en el ambulatorio frente al que duerme. A las ocho llegan los pacientes. Para entonces, la entrada tiene que estar limpia y despejada. Así que Consuelo dobla sus ropas y mete lo poco que tiene en un carrito de lona. Hace 18 años que vive en la calle. Como ella, en el centro de Sevilla viven sin hogar más de 200 personas, según denuncian varias ONG, ya que no existen cifras oficiales. Duermen al raso o cubiertos de los cartones y plásticos con que se atrincheran del paso rápido de la gente. La mayor parte del día son esquivados o ignorados.

Los voluntarios de la ONG Solidarios salen cuatro noches a la semana para hacerles compañía. Como excusa, cargan con termos de café y galletas. "Nos alejamos del estereotipo de la beneficencia, queremos mostrarles que valen tanto como cualquiera", explica Virtudes, una de las voluntarias, "ofrecemos compañía y les informamos de los recursos disponibles".

En el centro de Sevilla viven más de 200 personas en la calle, según las ONG

A su paso, los rostros a veces hoscos se animan y ellos insisten con cada uno. "Buenas noches, ¿un cafelito?", es la frase con que rompen el hielo. A veces les rechazan, otras, les aceptan el café pero les dicen que no quieren hablar con ellos. Los voluntarios no se desaniman y recuerdan el caso de Encarna. Durante años les "espantaba" y ahora es una de las visitas fijas de cada noche. Ella, como Consuelo, no puede permitirse pagar un piso con su exigua pensión. "Pero no voy a contaros mi historia, no lo entenderíais", dice.

El perfil de los sin hogar ha cambiado en los últimos años. El prototipo de persona que vivía en la calle era un hombre mayor de 45 años que había perdido su trabajo y tenía problemas de alcoholismo. "Ahora hay más mujeres, inmigrantes, e incluso universitarios", explica la trabajadora social Diamantina. "Son personas que han tenido siete u ocho problemas graves en un año, mientras que el resto tenemos cuatro o cinco a lo largo de nuestra vida; no logran superarlos y un día se ven en la calle". Así viven personas que quien se cruce con ellos no creería que no tienen un techo.

Los problemas se agravan por depresiones, alcoholismo, enfermedades mentales y la falta de apoyo familiar. "No estamos mal, estamos peor", dice Manuel que, "ahora", vive en la calle. Él ha recorrido España con la mochila a cuestas, unas veces era pastor, otras, recolectaba aceitunas. Estos días que no encuentra trabajo, malvive de vender palmeras que hace con cables que encuentra. Verdaderas filigranas que muestra con cariño.

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Solidarios alerta que, desde hace meses, estas personas encuentran dificultades añadidas por la tendencia a instalar rejas que impiden el acceso a las zonas en las que suelen dormir. Aseguran que las rejas no pueden convertirse "en sustitutivo de una verdadera política social que favorezca la integración". "Para salir se necesitan proyectos a largo plazo, sus problemas no se solucionan en tres días", dice Diamantina que trabaja en una de las pocas casas de acogida de Sevilla, la de la Asociación Cristo Vive.

Los recursos son escasos. Hay dos comedores sociales y un albergue de 54 plazas con una estancia máxima de tres días. Cáritas acaba de inaugurar otro albergue -40 plazas, 23 de ellas en régimen de residencia- aunque hasta octubre no estará a pleno rendimiento. "Son parches mal puestos", dicen los voluntarios.

José Manuel es una de las nueve personas que se acogen al programa de Cristo Vive. Allí reside desde hace dos años y se encarga de que el resto de inquilinos (nueve hombres, sin adicciones activas) cumplan sus tareas. Ellos cocinan, limpian y, si reciben alguna pensión, colaboran económicamente. Dos trabajadores sociales, un educador, monitores y médicos voluntarios les ayudan a encontrar trabajo y recuperar su autonomía.

"Hay que conseguir pisos de baja renta y sensibilizar a las empresas para que les contraten", insiste Diamantina. "El que está en la calle no está porque quiere", sentencia José Manuel. Asegura que es denigrante, inhumano y que hay un deterioro psíquico tremendo cuando se cae en ese mundo. Todo se va complicando: "Imagina lo difícil que es encontrar trabajo si en el currículum ni siquiera puedes poner una dirección".

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