Todos los días, a todas horas
Pasado mañana terminará el juicio. Se habrán celebrado 57 sesiones. Durante todos estos días, a todas horas, han estado presentes en la sala David Abad, de 27 años, y Laura Brasero, de 22.
David perdió a su hermana en el tren que explotó en la calle de Téllez. Él mismo se encuentra de baja psicológica. Comprendió que acudir a todas las vistas le haría bien y ahí está. Ha asumido cierto papel de secretario de la Asociación 11-M Afectados de Terrorismo, a la que pertenece, presidida por Pilar Manjón, y ha sido capaz de llevar un registro impecable de los testigos. Tan impecable que a vece...
Pasado mañana terminará el juicio. Se habrán celebrado 57 sesiones. Durante todos estos días, a todas horas, han estado presentes en la sala David Abad, de 27 años, y Laura Brasero, de 22.
David perdió a su hermana en el tren que explotó en la calle de Téllez. Él mismo se encuentra de baja psicológica. Comprendió que acudir a todas las vistas le haría bien y ahí está. Ha asumido cierto papel de secretario de la Asociación 11-M Afectados de Terrorismo, a la que pertenece, presidida por Pilar Manjón, y ha sido capaz de llevar un registro impecable de los testigos. Tan impecable que a veces asesoraba a periodistas y abogados. Ha exorcizado sus fantasmas a base de enfrentarse a ellos.
"Estoy centrado en seguir el juicio, en descubrir y entender qué pasó. Luego se lo cuento a mis padres y a alguna gente de la asociación. El hecho de obligarme a enterarme de todo me ayuda a que no me afecte tanto, lo observo con cierta distancia. Aunque ha habido cosas que me han dolido: acusaciones que hablaban en nuestro nombre, en el nombre de las víctimas, y que no han hecho su papel de acusadores. Y abogados sin escrúpulos: como ése que preguntó una vez a un policía que a qué olían los vagones llenos de cadáveres cuando entró a verlos la mañana del 11-M".
Él se sienta en la parte central de la sala, en un lugar discreto. No así Laura, que durante todas las mañanas y todas las tardes ha elegido la primera fila, la hilera de sillas que está a un metro del habitáculo blindado de los presuntos miembros de la célula integrista que organizó y perpetró el 11-M. El padre de Laura murió en la estación de Santa Eugenia.
"Yo necesito tenerles ahí cerca, controlarles, que se queden con mi cara, que sepan que voy a estar siempre ahí, que no se van a librar de mí", dice. Los procesados la conocen. "Y a veces me hacen gestos. Pero a mí me resulta indiferente", añade.
También Laura considera que venir tantos días le ha venido bien. "Me ha ayudado. Y he aprendido. Y cuando los abogados defensores han hecho bien su trabajo, pues les he felicitado. Porque todos queremos un juicio justo. Y para eso es necesario que cuenten con un abogado que cumpla", asegura.
Pasado mañana terminará el juicio.
A la semana siguiente, David volverá a su trabajo de informático. Laura se irá de vacaciones y se preparará para continuar en septiembre las clases de Gestión y Marketing.
Ambos están cansados de escuchar tanto horror de diez a dos y de cuatro a ocho, tres días a la semana. No olvidarán, pero los dos tienen ganas de volver a la vida, de volver a formar parte de la vida.